InicioENTORNODISEÑOQuejándose de las flamantes matrículas de Nueva York

Quejándose de las flamantes matrículas de Nueva York

Publicado el

por Francis Provenzano

Cada vez que hay elecciones, una vez que se cuentan los votos y se oficializan los resultados, no falta alguien que levante la voz para señalar otro fracaso de las agencias de encuestas. Razón no falta en esas voces levantadas. Quizás los métodos quedaron anticuados. Quizás sólo son inútiles. Quizás hay demasiados negocios en juego. Quizás es nuestra credulidad lastimada. Como si dijeras que Fox News es periodismo serio y luego te quejaras de estar mal informado.

Algo parecido está ocurriendo con el diseño. Al menos en Nueva York. Hay demasiadas personas haciendo las cosas mal. O eso dicen las voces levantadas. Apenas empezamos a aceptar que deberemos convivir durante décadas con el «We ❤ NYC» que glosa, mas no sustituye, al anterior «I ❤ NY», y ya tenemos nuevas quejas en la sección de diseño. Respecto al logo, Molly Enking retomó una buena afirmación que Ryan McGinness, artista de Manhattan acostumbrado a trabajar con logos a sus obras, le dijo al New York Times: “No está roto, así que no lo arregles”.

Ahora es el turno de las matrículas de los automóviles del estado de Nueva York. ¿Hace falta arreglar las matrículas de los automóviles de Nueva York? ¿Están rotas? Yo las veo bien, pero quién sabe.

Permítanme hacer una aclaración. Y de alguna manera un gesto de buena voluntad al «We ❤ NYC». La campaña estuvo repleta de consignas de por qué amamos a Nueva York. Algunas tontas, otros divertidas, unas pocas acertadas, la mayoría no. Vi una que me gustó en el andén de la estación Harlem–125th Street, mientras esperaba el tren de la línea Hudson. No digo que la consigna no esté en otras partes, sólo digo que vi el letrero ahí y en ningún lado más. De un lado estaba el logo de «We ❤ NYC» y todo eso de que la ciudad no se arreglará sola y que trabajemos gratis, pero juntos, para arreglar lo que rompen los funcionarios municipales. Del otro lado estaba la consigna ocurrente. Que funcionaba bien en este caso: “Amamos usar la licencia de conducir para cualquier cosa excepto conducir”.

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Exacto. En Nueva York no conducimos, más allá de que tengamos licencias de conducir para beber en bares y sacar libros de bibliotecas públicas. Y si bien no tenemos automóviles, sí tenemos ojos, además de licencias de conducir y algún complicado sentido de pertenencia, y podemos ver que las nuevísimas matrículas tal vez no ameriten un desfile de bienvenida.

Estas matrículas se anunciaron a mediados de junio. Son diez licencias de conducir personalizadas (vale decir, hay que pagar más, unos sesenta dólares) que representan diez regiones del estado de Nueva York. “Cada región de nuestro estado tiene algo único e interesante, y nos complace celebrar esa singularidad al poner estas nuevas placas a disposición de los conductores de Nueva York”, dijo, en un comunicado (así que quizás no lo dijo, sólo se lo hicieron decir), Mark J.F. Schroeder, el comisionado del DMV, el Departamento de Vehículos Motorizados del Estado de Nueva York. “También permiten a los conductores poner su propio toque único en sus vehículos y mostrar orgullo por el lugar donde viven”. Vale decir: danos esos sesenta pavos a cambio de tu orgullo.

¿Qué pasa con estas matrículas? Son sosas. Son aburridas. Como si estuvieran lavadas. Las ilustraciones parecen tomadas de un banco de imágenes. Uno soso y aburrido. Expresan todo lo contrario a lo que dicen expresar: una ausencia de identidad. Como si algún burócrata de Ohio, o de Texas, o de Montana recibiera el encargo de diseñar las diez placas de Nueva York y se valiera de la primera página de Google para encontrar las ilustraciones. Además, ¿por qué las matrículas deberían tener ilustraciones? ¿Y por qué deberían ser tan genéricas? ¿Por qué ese empeño en aplanarlo todo?

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Amamos quejarnos. Eso define a Nueva York. Es nuestra identidad. Nos quejamos de los eslóganes y de las matrículas. Nos quejamos de todo. Pero hay algo mal en el diseño contemporáneo vinculado a ciudades. Algo roto que sí hay que arreglar.

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