por Matt Simon
Más de doscientos incendios forestales arden en el centro y oeste de Canadá, de los cuales la mitad están fuera de control debido al difícil acceso para los equipos de extinción, lo que ha obligado a evacuar a 27.000 personas. Incluso aquellos que no se encuentran cerca de los incendios están sufriendo sus consecuencias, ya que el humo se arremolina sobre Canadá y se desplaza hacia el sur, generando una calidad del aire peligrosa en todo el medio oeste y el este de los Estados Unidos. El humo está llegando incluso a Europa.
A medida que el clima cambia, el extremo norte se está secando y calentando, lo que significa que los incendios forestales son cada vez más grandes e intensos. La superficie quemada en Canadá es ahora la segunda más grande registrada para esta época del año, solo por detrás de la brutal temporada de incendios de 2023. Ese año, la cantidad de carbono lanzada a la atmósfera por los incendios fue aproximadamente tres veces las emisiones de combustibles fósiles del país. Y cuanto más carbono se emita a causa de los incendios forestales, en Canadá y en otros lugares, más rápido será el calentamiento planetario y peores serán los incendios.
“Evidentemente, existe la preocupación por la retroalimentación climática”, afirmó Mike Waddington, científico ambiental de la Universidad McMaster en Ontario que estudia los bosques de Canadá. “Pero cada vez nos preocupa más el humo”.

Esto se debe a que el humo de los incendios forestales contiene mucho más que restos carbonizados de ramas y hojas, especialmente en las zonas donde arden estos fuegos en Canadá. Los bosques del país han sido explotados por la minería durante mucho tiempo, operaciones que cargaron los suelos y las vías fluviales con metales tóxicos como el plomo y el mercurio, sobre todo antes de que entraran en vigor las normas de aire limpio hace cincuenta años. Ahora todos los que se encuentran en la dirección del viento de estos incendios forestales podrían tener que enfrentarse a ese legado y a esos contaminantes, además de todas las demás sustancias nocivas inherentes al humo de los incendios, conocidas por agravar problemas respiratorios y cardíacos.
“Tenemos la quema de estos suelos orgánicos, lo que resulta en una gran cantidad de carbono y de material particulado”, explicó Waddington. “Ahora nos enfrentamos a un problema por partida triple, donde además se remobilizan los metales”.
Determinar qué acecha exactamente en el humo de los incendios canadienses requerirá más análisis por parte de los científicos. Sin embargo, un área de especial preocupación se encuentra alrededor de la ciudad minera de Flin Flon, en Manitoba, conocida por tener niveles elevados de metales tóxicos en su entorno, según Colin McCarter, un científico ambiental de la Universidad de Nipissing en Ontario que estudia los contaminantes. Los cinco mil residentes de Flin Flon han sido evacuados ante la proximidad de un incendio, aunque hasta ahora no se han destruido estructuras.
Pero un incendio no necesita quemar directamente las explotaciones mineras para movilizar las sustancias tóxicas. Por ejemplo, en Yellowknife, en los Territorios del Noroeste de Canadá, las operaciones de extracción de oro entre 1934 y 2004 esparcieron arsénico hasta a treinta kilómetros de distancia, sumándose a un paisaje con una concentración ya de por sí alta de arsénico de origen natural. En un artículo publicado el año pasado, Waddington y McCarter estimaron que, entre 1972 y 2023, los incendios forestales en los alrededores de Yellowknife liberaron a la atmósfera hasta 380.000 kilos de arsénico. El arsénico es un carcinógeno conocido asociado con enfermedades cardiovasculares, diabetes y problemas de desarrollo, según la Organización Mundial de la Salud. Tras el incendio de Lahaina en Maui en 2023, las autoridades informaron de niveles elevados de arsénico, plomo y otras sustancias tóxicas en las muestras de ceniza. Las autoridades de California también encontraron grandes cantidades de plomo en el humo del incendio Camp de 2018.
Dentro del humo de los incendios también se encuentra el PM 2.5, material particulado de menos de 2,5 micrones (una millonésima de metro) que penetra profundamente en los pulmones humanos. Esto puede agravar afecciones como el asma y aumentar el riesgo de paro cardíaco hasta en un 70 por ciento. Un estudio reveló que, solo en California, las emisiones de PM 2.5 de los incendios forestales causaron más de 50.000 muertes prematuras entre 2008 y 2018.

Los ecosistemas canadienses conocidos como turberas son especialmente eficaces para retener tóxicos como el arsénico. Se forman en lugares anegados donde la materia vegetal húmeda se descompone lentamente, acumulándose en capas de turba, que es básicamente carbono concentrado. La turba puede acumularse durante milenios, lo que significa que también puede retener contaminantes depositados allí hace décadas. “Los suelos de turba son puntos críticos de concentración de metales en el paisaje», dijo McCarter. «Cuando el clima es seco y cálido, como hemos estado viendo en las provincias de la pradera y en el centro y oeste de Canadá, las turberas pueden empezar a secarse de verdad. Entonces el fuego puede propagarse y calentarse lo suficiente como para empezar a liberar algunos de estos metales”.
Un fuego de turba se comporta de manera muy diferente a un incendio forestal tradicional. En lugar de simplemente quemarse horizontalmente a través del paisaje, un fuego de turba arde sin llamas hacia el interior del suelo. Es una combustión lenta que no dura solo horas o días, sino potencialmente meses, liberando metales tóxicos y material particulado en forma de humo durante todo ese tiempo. Los fuegos de turba son tan persistentes que a veces comienzan en verano, quedan cubiertos por la nieve en invierno y reaparecen con el deshielo de la primavera. Los científicos los llaman “incendios zombis”.
A medida que el humo de los incendios de Canadá se desplaza hacia Estados Unidos, también se transforma. Las reacciones químicas entre los gases y la luz solar crean ozono, lo que agrava aún más las afecciones pulmonares como el asma. “Una vez que el humo ha viajado unas seis horas o un día a favor del viento, la formación de ozono dentro de las columnas de humo puede empezar a ser problemática”, afirmó Rebecca Hornbrook, química atmosférica del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de la NSF, que estudia el humo de los incendios forestales.
Las personas que huyen de los incendios de Canadá no solo tienen que preocuparse por perder sus hogares, sino también su salud. Más del 40 por ciento de las evacuaciones por incendios forestales ocurren en comunidades predominantemente indígenas; una ironía, dado que los pueblos de las Primeras Naciones saben cómo reducir la gravedad de estas conflagraciones mediante prácticas tradicionales de quema que limpian de forma más controlada la vegetación muerta que sirve de combustible para los incendios. Sin embargo, esa estrategia de quemas controladas apenas ha comenzado a resurgir recientemente en Canadá. “No olvidemos que esto está afectando de manera inmediata a muchas comunidades, en particular de las Primeras Naciones, en el norte de Manitoba, Alberta y Saskatchewan”, señaló Waddington.
Esta neblina ya es perjudicial para la salud humana, y ahora existe el potencial añadido de que el arsénico y otros tóxicos presentes en el paisaje canadiense queden atrapados en el humo de los incendios. “Es un panorama desalentador”, concluyó Waddington. “Es bastante aterrador”.
Grist. Traducción: Tara Valencia