Hace algo más de un año esperaba el tren de la línea A en la estación del Metro de la calle 190. Eran casi las diez de la noche. Había varios pasajeros en el andén. Parecían cansados luego de una larga jornada laboral. Recuerdo a una mujer con el uniforme de Dollar Tree. Estaba empapada.
Muchos otros pasajeros estaban mojados, o por lo menos no estaban secos, porque había estado lloviendo. La estación misma parecía estar mojada, o por lo menos no estaba seca, porque había estado lloviendo. Uno se acostumbra a los chorros de agua que caen sobre los andenes o las vías durante las lluvias. También se acostumbra a que eso suceda habitualmente. De repente cae agua de algún lado. Según se informa, en un día cualquiera de sol, el metro bombea unos catorce millones de galones de agua. En un día cualquiera de lluvia, debe bombear mucho más.
Pero, entonces: tormentas intensas, cambio climático, es como sacar el agua de un bote que se hunde con una cuchara.
Así que había algo más, además del agua acostumbrada en días secos o lluviosos. Todos lo sabíamos. Unos diez días antes, la ciudad de Nueva York había batido el record de mayor precipitación en una hora: casi cincuenta centímetros de agua. Medio metro. Y a Nueva York le gusta batir records. Estar en el metro en un día de lluvia había dejado de ser una experiencia molesta para ser una experiencia arriesgada. Y sucedió: ese día la ciudad batió el record de diez días antes y cayeron ochenta centímetros de agua en una hora. Apenas veinte centímetros por debajo del metro. La unidad de medida, no el medio de transporte.
La estación de la calle 190 no necesitó una hora para llenarse. En apenas unos minutos ya teníamos el agua (sucia, fea, olorosa, asquerosa) por las rodillas. Y seguía subiendo. Ya no hacía falta pensar en el Titanic. Simplemente pensábamos en el metro de Nueva York. Que es una referencia establecida a la hora de pensar en espacios inundables. Salimos sin daños fatales, mas no sin inconvenientes. La mujer de Dollar Tree lloraba. La entendí. No lloraba de miedo, ni de nervios. Lloraba de impotencia y cansancio. Lloraba porque es una mierda vivir así.
Hay algunos números que no tranquilizarán a la señora de Dollar Tree. Estos números no te consuelan cuando caminas con el agua por la cintura, bajo tierra, rogando no pisar un cable eléctrico ni caerte en un pozo ni ahogarte al doblar en un túnel equivocado. La MTA, la Autoridad de Transporte Metropolitano, que opera las 472 estaciones del tren subterráneo, gastó 130 millones de dólares para abordar los problemas del agua. Esto incluyó la limpieza y reparación de 40.000 ventilaciones en calles y aceras que permiten que el agua fluya hacia el subterráneo (en los días de sol), y limpieza de tuberías de drenaje debajo de las vías y dentro de las estaciones que llevan el agua de lluvia a las bombas. También invirtió 2600 millones de dólares en proyectos de resiliencia, una palabra que se volvió parte del habla neoyorquina desde que el huracán Sandy nos dejó bajo el agua, tanto al metro como a todo lo demás. Este proyecto de resiliencia incluyó el fortalecimiento de 3500 aberturas del metro (conductos de ventilación, escaleras y huecos de ascensores) contra inundaciones, principalmente en áreas bajas y costeras. La MTA también gasta un promedio de 20 millones de dólares al año en mitigación de agua, como el reemplazo de bombas y la mejora de las salas de bombeo.
Y aun así la estación se inundó. Y se inundaron otras estaciones. Y también calles, garajes, sótanos. La infraestructura de Nueva York ya era obsoleta antes de que alguien oyera hablar de resiliencia y cambio climático mil veces por día. Ahora la palabra “obsoleta” no basta. Es más que obsoleta. Está caduca. La infraestructura, digo. Como si trataras de que un convoy de camiones de dieciocho ruedas pasara por un puentecito de lianas. No basta con cambiar algunas cuerdas ni con fijar mejor los tablones.
Todos los millones invertidos por MTA son muy impresionantes. Pero a mí no me impresionan y tampoco deben impresionar a la mujer de Dollar Tree con quien compartí agua sucia hasta las rodillas. No son millones bien invertidos. Tenemos que lidiar con camiones de dieciocho ruedas. Ponerle millones de dólares al puentecito de lianas es simplemente otra mala gestión en una ciudad llena de malas gestiones.