El 30 de mayo de 2020, sintonicé la televisión para ver el lanzamiento de la Crew Dragon de SpaceX desde Cabo Cañaveral, Florida. La Dragon, la primera nave espacial que despegaba desde suelo estadounidense en casi una década, anunciaba el amanecer de una nueva era de colonización espacial.
Mientras veía a los astronautas en la televisión vestidos con trajes futuristas hechos a medida preparándose para el despegue, mi mente se inundó de recuerdos de mi infancia en Jamaica. Cuando era niña en los años 90, pasaba horas estudiando mis enciclopedias Childcraft. Me encantaba especialmente el grueso volumen de colores brillantes titulado Nuestro universo, donde podía enterrar mi cabeza en las estrellas y alimentar mi obsesión por los planetas y los agujeros negros.
Momentos después del lanzamiento de SpaceX, las palabras transmitidas por televisión del presidente Donald Trump me sacaron de mi ensoñación. Estaba dando un discurso a la multitud reunida para el lanzamiento. “Estados Unidos ha recuperado su lugar de prestigio como líder mundial”, anunció.
El habitual lenguaje fanfarrón del presidente sobre la grandeza estadounidense sonó particularmente hueco ese día en Cabo Cañaveral. En ese preciso momento, cientos de miles de estadounidenses protestaban en respuesta al horrible asesinato de George Floyd, un hombre afroamericano que estaba bajo custodia policial, solo cinco días antes. La muerte de Floyd había encarnado, en 8 minutos y 46 segundos, la más horrible de las fracturas de Estados Unidos.
Incluso cuando era niña, nunca me había sido posible escapar por mucho tiempo a los sueños de ser astronauta. Siempre fui muy consciente, a mi manera infantil, de mi precariedad aquí en la Tierra. Mientras crecía, me enfrenté a la pérdida de un negocio familiar, una casa familiar perdida y un padre perdido que buscaba trabajo desesperadamente en los Estados Unidos. Mis pérdidas íntimas fueron bajas estadísticas en Jamaica, un país que lucha contra la inseguridad económica, el crimen, la migración y los términos de lo que significaba ser verdaderamente “poscolonial” en un planeta cada vez más globalizado.
Aprendí que las maravillas del universo no podían protegerme de las fracturas del mundo que me rodeaba.
Y así, en esa tarde perfectamente clara de mayo, me impactó esta yuxtaposición de imágenes que me resultaron extrañamente familiares: en Cabo Cañaveral, los estadounidenses eran conducidos a mirar las estrellas para imaginar el futuro utópico de la humanidad en el espacio, mientras que en las calles se enfrentaban al lado oscuro y distópico del racismo anti-negro del país.
El patrimonio irreal del futuro
Todavía no he hecho realidad mi sueño de la infancia de viajar al espacio. Sin embargo, descubrí la galaxia antropológica después de dejar Jamaica para ir a los Estados Unidos cuando era adolescente en busca de una nueva frontera intelectual.
Hoy, como antropóloga negra que vive y trabaja en la ciudad de Nueva York, mi posición en el mundo ha cambiado. Pero mi trabajo académico todavía me vincula a Jamaica, donde crecí. Mi investigación se centra en cómo las preocupaciones sobre el crimen y la seguridad en Kingston, Jamaica, han llegado a organizar la vida social en esta capital caribeña. Desde este punto de vista personal e intelectual, los dos acontecimientos históricos del 30 de mayo de 2020 (la eufórica misión de SpaceX y las protestas llenas de indignación contra el racismo antinegro) no parecen estar en desacuerdo. Más bien, están innegablemente vinculados.
¿Cómo deberían entender los estadounidenses el objetivo de SpaceX de colonizar el espacio en un mundo que ahora ha cambiado indeleblemente por el asesinato de Floyd? ¿Y la futura era de colonización espacial será una que sea justa y completa para todos?
Fundada por el multimillonario empresario tecnológico Elon Musk en 2002, SpaceX está a la vanguardia de los esfuerzos para colonizar el espacio. Musk insiste en que una forma de garantizar la supervivencia de la civilización humana es convertir a los humanos en una especie multiplanetaria. Para hacer realidad este objetivo, Musk se ha comprometido a establecer una colonia humana en Marte, lo que requerirá alterar el entorno del planeta rojo para que pueda sustentar la vida terrestre.
El temor que impulsa estos esfuerzos es que una crisis planetaria natural o provocada por el hombre (como el cambio climático o el agotamiento de los recursos) haga que la Tierra sea inhóspita para los seres humanos. En pocas palabras, la visión de SpaceX se basa en abordar la inseguridad futura en la Tierra creando y cuidando la seguridad para los humanos en Marte.
Sin embargo, el año 2020 demostró trágicamente que para los afroamericanos, entre otros en todo el mundo, la inseguridad y la inhospitalidad de la vida en la Tierra no se imaginan como una eventualidad futura, sino que ya se viven como una realidad actual.
Además, la propagación de las protestas de Black Lives Matter a las principales ciudades internacionales recordó a la gente que los tentáculos del racismo anti-negro no limitan su alcance simplemente a los Estados Unidos. Black Lives Matter no es solo un grito estadounidense. Es un movimiento global que habla de una crisis planetaria arraigada en la negación histórica de la humanidad de todas las personas negras.
Aunque SpaceX es una empresa privada que tiene la vista puesta en colonizar una ecología más allá de los límites de la atmósfera terrestre, está implicada en estas disputas sobre el racismo. La exploración espacial no es, y nunca ha sido, políticamente neutral.
Como demuestra la historia de la carrera espacial, el sueño de colonizar el espacio siempre estuvo ligado a narrativas sobre dominación y grandeza. En Estados Unidos, la fuerza laboral histórica de la NASA ha sido en gran parte blanca y masculina. Como señaló el escritor Mark Dery en un ensayo innovador sobre el afrofuturismo, estos hombres parecen creer que poseen el poder de diseñar, poseer y controlar “el patrimonio irreal del futuro”.
Estas narrativas no son diferentes a las de la colonización y el imperialismo euroamericanos en la Tierra, que son historias de explotación, exclusión y deshumanización de personas negras, otras personas de color y personas indígenas en nombre de la exploración, la aventura y la expansión por parte de personas blancas.
Hoy, los vástagos de la colonización espacial son los empresarios multimillonarios que han fundado compañías de vuelos espaciales comerciales: Musk (SpaceX), Jeff Bezos (Blue Origin) y Sir Richard Branson (Virgin Galactic). En otras palabras, ya no son líderes políticos de estados-nación ideológicamente opuestos, como lo fueron durante la Guerra Fría. Sin embargo, siguen siendo hombres blancos privilegiados y ricos (el patrimonio neto combinado de Musk, Bezos y Branson supera los 273 mil millones de dólares estadounidenses).
Sus esfuerzos por colonizar Marte y sus fantasías para el futuro de la humanidad deben entenderse en el contexto de las historias racializadas de la colonización en la Tierra.
La blanca luna
Para los afroamericanos, la raza y el racismo siempre han sido espectros que se ciernen sobre la exploración espacial estadounidense. El difunto poeta, músico y autor Gil Scott-Heron captó bien este sentimiento en su poema hablado de 1970, “Whitey on the Moon”, que era una crítica al programa Apollo de la NASA. El poema, publicado en su álbum debut Small Talk at 125th and Lenox un año después de que los astronautas estadounidenses aterrizaran en la Luna, comienza así:
Una rata mordió a mi hermana Nell.
(con Whitey en la Luna)
Su cara y sus brazos comenzaron a hincharse.
(y Whitey está en la Luna)
No puedo pagar ninguna factura médica.
(pero Whitey está en la Luna)
Dentro de diez años seguiré pagando.
(mientras Whitey esté en la Luna)
Como transmite el poema, para muchos afroamericanos, el programa Apolo no evocó imágenes fantásticas del avance tecnológico humano. El primer alunizaje no pudo ocultar las dolorosas realidades del sufrimiento social que durante siglos había carcomido ferozmente el cuerpo y la psique de los afroamericanos, y que dio lugar a las condiciones febriles de la era de los derechos civiles de los años 60.
Al sacar la exploración espacial estadounidense del ámbito de la fantasía, Scott-Heron recuerda a su audiencia que, por el contrario, las prioridades sociales que impulsaron el programa Apollo y la conquista espacial estadounidense (tal como las imaginó “Whitey”, Blanquito) estuvieron profundamente implicadas en la desposesión socioeconómica y la desigualdad racial de los negros.
Momentos después de que los astronautas de SpaceX abandonaran la Tierra, resonaron las palabras del entonces presidente Trump: “Los viajes espaciales no son solo una hazaña de ingeniería. También son un esfuerzo moral: una medida de la visión de una nación, su fuerza de voluntad, su lugar en el mundo”.
En un mundo post-Floyd, Estados Unidos sin duda tendrá que enfrentar con fuerza las formas en que no ha estado a la altura de sus ideales morales más elevados. Y, sin embargo, este momento también presenta la oportunidad de reevaluar nuestros principios colectivos para articular una vez más nuestra visión para el futuro, tanto aquí en la Tierra como en el espacio exterior.
¿Será este un futuro equitativo para todos? ¿Será un futuro basado no en la alienación de los negros, sino en la recuperación de los negros, un futuro que no se centre en la fragmentación de los negros y sus historias, sino en el proyecto de hacerlos completos? ¿Serán los estadounidenses lo suficientemente audaces como para imaginar un futuro afro de ese tipo?
Es un futuro así, brillantemente representado y aceptado por numerosas generaciones de artistas literarios, musicales y visuales afroamericanos, el que me llena de una sensación de asombro infantil, muy similar a la que sentí cuando descubrí por primera vez Nuestro Universo. Es en ese futuro en el que yo, una mujer negra, quisiera vivir.
Sapiens. Traducción: Mara Taylor.