por Tara Valencia
Como ocurre a menudo, nunca conocemos la historia completa. Es una época de saltos, miradas abreviadas, lecturas parciales, fragmentos recortados a tijera oxidada. Sin embargo decimos algo al respecto. Opinamos. O razonamos. Nos manifestamos. Explicitamos una posición. Algún debería-ser. Porque imaginamos qué es lo que pudo haber ocurrido antes de eso que sí sabemos que ocurrió o porque nos sostenemos en nuestras experiencias y nuestras bibliotecas, nuestra formación y nuestros trayectos, lo que hacemos, lo que somos, lo que nos dicen que somos, esta estructura que pisamos.
Esta estructura que pisamos. La estructura.
Vimos el video de la muerte por asfixia de Jordan Neely, un hombre negro sin hogar de treinta años que se ganaba unos dólares haciendo imitaciones de Michael Jackson en la línea F del metro neoyorquino, donde murió. Vimos al tipo que lo asfixió, un ex militar blanco de 24 años llamado Daniel Penny. Supimos que no hubo cargos contra Penny. Un homicidio significa que una persona mata a otra persona; pero no todo homicidio es un asesinato. El video lo registró un periodista independiente de 58 años, mexicano, ahora residente en Brooklyn, llamado Juan Alberto Vázquez. Lo publicó en su página de noticias de Facebook, que se llama Luces de Nueva York, junto a una breve crónica en español. Vimos todo esto. O lo aprendimos luego. Lo que vimos fue el enganche de sofocación y la muerte. Un tipo blanco matando a un tipo negro. No. Un militar matando un tipo sin hogar con problemas mentales sin tratamiento.
Podríamos pensar en estructuras narrativas. La sujeción racial de blancos contra negros. La muerte por asfixia: no puedo respirar.
No. Puedo. Respirar. Tres palabras. Diez centavos la palabra. Tres dólares la palabra. Veinte dólares la palabra.
Podemos usar nuestra pluma precisa y preguntar cuánto pagan la palabra: “Cada vez más, no es seguro estar en público, ser humano, ser falible. No estoy citando periodismo jadeante sobre el aumento del crimen o temas de debate conservadores sobre Estados Unidos cayendo en la ruina. La ruina en la que estoy pensando no está en San Francisco o Chicago o en la frontera sur. La ruina está entrelazada en el tejido de América. Se está filtrando en todos nosotros. En todo el país, los ciudadanos supuestamente buenos y honrados a menudo están aplicando fatalmente normas personales, arbitrarias y en constante cambio sobre cómo nos comportamos”. Eso escribió Roxane Gay en el New York Times. Pagan bien la palabra. Especialmente las palabras que nos dicen lo que queremos escuchar. Lo que ya sabemos que sabemos. O que queremos saber. O lo que no dice nada. Pero Gay no estaba en la línea F del metro. Vázquez sí. Me habría gustado leer a Vázquez en el Times. Porque es independiente y porque pagan bien la palabra. Quizás el dinero le vendría mejor que a Gay. Y haber estado allí debe valer algo. Solía valer algo.
Los desvíos son fáciles, como se ve, porque estamos bien sostenidos en una estructura. Nos permite perdernos, volvernos diletantes, parlotear hasta olvidar de qué hablábamos o qué queríamos decir en primer término. La estructura es la inversión en salud mental para las personas sin hogar de Nueva York. Y no nos sostiene. La pisoteamos. Debe haber —hay, no debe-haber— una mejor manera de abordar el problema. Mejor que un enganche de sofocación. Pero ésa es otra estructura. El comportamiento de los miembros de las fuerzas armadas en el espacio púbico. Su violencia y su autoritarismo. Su impunidad. Estructura: no hables mal de los hombres en uniforme. Son patriotas. Héroes. Nunca suficiente medallas. Gracias por su servicio.
Si usáramos más recursos para entrenar asistentes sociales que colaboren en la recuperación de personas como Jordan Neely, en lugar de usar ese dinero para enseñar a matar, estaríamos rompiendo la estructura. Provocaríamos un cambio real. Pero no queremos cambios reales. No queremos ayudar a las personas sin hogar. Sólo queremos que estén fuera de nuestra vista. No queremos cuestionar el comportamiento de las fuerzas armadas en el espacio público porque tememos que nos golpeen con una bandera nacional y porque es una industria formidable, en especial para gente con apellidos como Martínez, Pérez y García. Queremos seguir leyendo el Times aquí en las cafeterías gentrificadas de Brooklyn. Queremos quejarnos de que el metro es peligroso. Queremos reclamar más fondos para asistencia social. Queremos decir gracias por su servicio. Queremos enseñar a sofocar en lugar de enseñar a ayudar. Queremos indignarnos cuando eso sucede. Queremos mantener la estructura. Porque nos sostiene, la pisoteamos, nos permite perdernos. Escribir nuestras palabras. Contarlas y preguntar cuánto valen.