por Mara Taylor
A medida que los días de octubre se acortan, las casas se adornan con elaboradas decoraciones y las tiendas se llenan de disfraces y dulces, lo que nos recuerda que se acerca Halloween. Para muchos, esta festividad es un momento de diversión, creatividad y comunidad. Los niños se disfrazan, las familias tallan calabazas y barrios enteros se unen en un sentido compartido de celebración. Sin embargo, debajo de la superficie de esta festividad aparentemente universal se esconde una realidad preocupante: Halloween, como muchos eventos culturales de la sociedad, está marcado por importantes desigualdades económicas y sociales.
Una de las formas más visibles de desigualdad durante Halloween es económica. La Federación Nacional de Minoristas (NRF) informó que se esperaba que los estadounidenses gastaran más de 10 mil millones de dólares en Halloween, y que una parte importante de este gasto se destinara a disfraces, decoraciones y dulces. Para las familias de clase media y alta, este gasto puede parecer trivial o simplemente parte del ritual anual. Sin embargo, para las familias de bajos ingresos, la carga financiera de participar en las festividades de Halloween puede ser abrumadora.
Los niños de familias más ricas pueden permitirse disfraces elaborados y, a menudo, comprados en tiendas, que a su vez se convierten en símbolos de estatus social. La presión para adaptarse a la cultura popular y usar disfraces que reflejen los personajes de las películas o la televisión más recientes a menudo obliga a las familias a estirar sus presupuestos o enfrentarse a la exclusión social. Esto puede exacerbar los sentimientos de desigualdad, especialmente en los entornos escolares, donde los desfiles de disfraces y las fiestas en el aula muestran las disparidades en el poder adquisitivo.
Por el contrario, las familias que no pueden permitirse estos lujos pueden recurrir a disfraces caseros, que, aunque creativos, pueden hacer que los niños se sientan excluidos o menos valorados. La comercialización de Halloween ha transformado, en muchos sentidos, una celebración que antes era popular en un evento altamente mercantilizado, donde la participación está cada vez más vinculada a la capacidad financiera.
“Halloween no es una celebración homogénea con un significado fijo”, dice el antropólogo Marcelo Pisarro. “Se negocia, cuestiona y debate constantemente. Halloween ocupa una ‘zona de contacto’, como la define la lingüista Mary Louise Pratt, donde culturas dispares se encuentran, chocan y luchan, a menudo en relaciones altamente asimétricas de dominación y subordinación”.
Pisarro analiza las celebraciones de Halloween en un barrio de clase media, predominantemente blanco, en Columbia, Carolina del Sur. Sostiene que Halloween, a pesar de su aparente universalidad, es un evento altamente negociado y disputado, que revela desigualdades sociales, económicas, raciales y culturales. Utiliza el ejemplo de una joven negra que recoge caramelos con una bolsa de plástico de Walmart para ilustrar las disparidades que persisten en los rituales de consumo de Halloween, destacando cómo incluso actos aparentemente inocuos como repartir caramelos pueden reforzar las jerarquías sociales.
“En el sur de Estados Unidos, Halloween asume formas únicas de exclusión y subordinación”, dice. “Halloween es una celebración centrada en el consumo. Es divertido y emocionante, pero la abundancia de disfraces y decoraciones disponibles comercialmente genera presión para participar y excluye a quienes no pueden pagarlos”. Pisarro sostiene que la festividad está impulsada por una “maquinaria monstruosa” que obliga a participar, incluso en forma de exclusión voluntaria: no participar, dice, es una manera de participar.
Una maquinaria monstruosa
La desigualdad también se manifiesta geográfica y espacialmente durante Halloween. En los barrios suburbanos ricos, los niños disfrutan de pedir dulces en zonas donde las casas no solo están decoradas generosamente, sino que también están repletas de dulces y golosinas de primera calidad. Estas zonas suelen percibirse como seguras y los padres se sienten cómodos permitiendo que sus hijos deambulen libremente, sabiendo que la comunidad confía en ellos y que el evento estará bien organizado.
En cambio, para las familias que viven en zonas urbanas o económicamente desfavorecidas, Halloween puede adquirir un carácter muy diferente. Las preocupaciones por la seguridad pueden impedir que los niños participen en el truco o trato. En muchas ciudades, los riesgos de delincuencia, tráfico o mala iluminación en determinados barrios obligan a los padres a mantener a sus hijos en el interior o a buscar entornos alternativos y controlados, como los eventos de truco o trato en los centros comerciales o las fiestas de Halloween organizadas por las escuelas. Estos espacios alternativos, si bien ofrecen cierto nivel de participación, a menudo carecen del compromiso comunitario y la espontaneidad del tradicional truco o trato puerta a puerta.
Esta división geográfica en las celebraciones de Halloween subraya desigualdades sociales más amplias. En muchos sentidos, Halloween se convierte en un microcosmos de las disparidades entre la riqueza suburbana y la pobreza urbana, destacando cómo el acceso a espacios comunitarios seguros y agradables no está distribuido equitativamente.
El significado cultural de Halloween tampoco se experimenta de manera igualitaria entre los diferentes grupos raciales y étnicos. Para algunas comunidades, las imágenes y los temas de Halloween (fantasmas, brujas y horror) pueden entrar en conflicto con las creencias religiosas o culturales. Muchos grupos cristianos evangélicos, por ejemplo, tienen una larga historia de crítica a Halloween, asociándolo con el paganismo o el ocultismo. Otros, particularmente en las comunidades latinas, pueden optar por celebrar el Día de los Muertos, una festividad que honra a los antepasados fallecidos y enfatiza el recuerdo y la familia por sobre los aspectos espeluznantes o comercializados de Halloween.
Estas variaciones culturales en cómo, o incluso si, se celebra Halloween reflejan cuestiones más amplias de inclusión y representación. Halloween, como se retrata en los medios y la cultura estadounidenses dominantes, tiende a reflejar una visión predominantemente blanca, suburbana y de clase media de la festividad. Esto puede alienar a aquellos cuyas prácticas culturales difieren, ya que pueden sentir presión para adaptarse a una versión de la festividad que no refleja sus valores o tradiciones.
Una celebración verdaderamente inclusiva
Si Halloween va a seguir siendo una celebración de la comunidad y la creatividad, debemos abordar las desigualdades que actualmente permean sus festividades. Las escuelas y las organizaciones comunitarias pueden desempeñar un papel clave al promover la inclusión en los eventos de Halloween. Esto podría implicar organizar intercambios de disfraces o proporcionar materiales para que las familias creen disfraces, asegurándose de que ningún niño se sienta excluido debido a limitaciones financieras. Los espacios públicos, como parques y centros comunitarios, pueden aprovecharse para crear entornos seguros y comunitarios para pedir dulces, especialmente en áreas donde la seguridad es una preocupación.
Además, debemos fomentar una conversación más amplia sobre la representación cultural en las festividades de Halloween. Al reconocer y respetar diversas tradiciones, como el Día de los Muertos, y alentar programas educativos que celebren estas diferencias, podemos hacer de Halloween un evento más inclusivo para todos. Reconocer estas disparidades es el primer paso hacia la creación de una celebración más equitativa, una que no perpetúe las divisiones sociales, sino que fortalezca los vínculos de la comunidad.
El antropólogo Pisarro sugiere que los smashing pumpkins, personas que aplastan las calabazas a palazos, ofrecen una perspectiva diferente sobre la festividad: Halloween como un microcosmos de la sociedad estadounidense, que expone las contradicciones entre las nociones idealizadas de inclusión y la persistencia de las desigualdades sociales y económicas. Pisarro alienta un examen crítico de los rituales de la festividad y las formas en que reflejan y perpetúan las normas sociales.
Halloween, con todos sus disfraces divertidos y su encanto espeluznante, tiene el potencial de ser una celebración verdaderamente inclusiva de la imaginación y la comunidad. Sin embargo, como ocurre con muchos eventos culturales, refleja las desigualdades subyacentes de la sociedad en la que está inserto. Si abordamos las disparidades económicas, espaciales y culturales que caracterizan a Halloween, podremos trabajar para lograr una celebración más inclusiva y equitativa. Solo así Halloween podrá cumplir verdaderamente su promesa de ser una festividad para todos, independientemente de su origen socioeconómico o cultural.