por Gwynne Hogan
Marcos Ferreira Batista, de 44 años, no había dibujado en más de una década. Pero cuando se instaló en una nueva ciudad mientras vivía en un enorme refugio para inmigrantes en Clinton Hill, se sintió obligado a dibujar de nuevo, atormentado por los rostros de los inmigrantes con quienes se había cruzado en su viaje de dos meses desde Chile a los Estados Unidos.
Ahora, los grabados de Batista en carboncillo y lápiz son parte de una muestra en el megarefugio de Brooklyn donde vive, que está dirigido por la Corporación de Salud y Hospitales de la ciudad. La agencia instaló un espacio de exhibición en una habitación vacía junto a una lavandería en el complejo de diez edificios que alberga a unas 3200 personas.
Después de una recepción inicial para los miembros invitados de la comunidad, la muestra, sobre la que informó por primera vez The New York Times, estuvo abierta a los residentes del refugio durante varios días y ahora está abierta solo para visitas especiales. Las obras de Batista se exhiben junto con las audaces pinturas surrealistas de otro artista que vive en el refugio, Roger Miranda, de 67 años, un pintor venezolano y ex profesor que llegó a la ciudad de Nueva York hace seis meses.
La colaboración se produjo de manera orgánica, dijo Santiago Bedoya Vélez, el director del refugio. Miranda se acercó al personal con una pintura que había vendido y estaba buscando un lugar seguro para guardarla mientras el comprador venía a recuperarla. El personal quedó impresionado y circuló fotografías de la obra de arte entre los líderes del refugio. Luego, otros miembros del personal se enteraron de las pinturas de Ferreira Batista, en las que había estado trabajando en su habitación del refugio.
“Espero que también podamos hacerlo para otros huéspedes”, dijo Vélez. “Espero que esto los inspire a poder salir y decir: ‘Oye, también soy pintor, soy cantante. Escribo música’. No tener miedo de usar su talento para perseguir sus sueños”, dijo.
Las obras de Batista en la exposición muestran retratos íntimos, en su mayoría de niños pequeños, entre ellos una niña llorando de la que le dijeron que había sido violada recientemente en Panamá mientras cruzaba la jungla y otra cuyo rostro está parcialmente sumergido en las aguas del Río Grande.
En cada retrato, Batista comienza con papel mayormente ennegrecido, con los rostros emergiendo de las sombras a través de rayos de luz en blanco. Es un estilo que Batista rastrea hasta su infancia. Criado en un hogar estricto en el norte de Brasil, Batista dijo que a menudo lo castigaban enviándolo a arrodillarse en una habitación oscura.
Pero incluso en la oscuridad, “siempre había un poco de luz, la luz del sol”, dijo a The City en español.
Esos destellos de luz estaban allí cuando viajó al norte el año pasado desde Chile, después de pasar unos quince años manejando las luces y los sonidos de un circo que viajaba por Sudamérica.
“Cuando haces ese cruce, siempre tienes que esconderte en las sombras para que las autoridades no te vean, para que otras personas no puedan verte y hacerte daño”, recordó. “No importaba dónde estuviera, en un refugio, en una celda de detención, siempre salía el sol porque siempre hay un agujero y el sol siempre entra”.
Ahora ha iluminado los rostros que vislumbró en el camino. Batista ha podido quedarse en el refugio de Hall Street gracias a una exención médica al límite de treinta días de la ciudad para las estadías en refugios, debido a sus constantes problemas de salud mental y múltiples intentos de suicidio, dijo. Comparte una pequeña habitación con otras tres personas, en una instalación donde la mayoría de las personas viven en dormitorios cavernosos con cientos más. Sus compañeros de habitación son complacientes y le permiten extender sus materiales de dibujo y usar la habitación como estudio cuando salen durante el día. Pintar, dijo, le ha servido como una forma de terapia.
“Tenía que encontrar algo para cambiar mi perspectiva”, dijo.
Batista había estado vendiendo sus obras de arte en el Puente de Brooklyn, pero se le prohibió hacerlo después de que la ciudad expulsara a los vendedores de la transitada pasarela peatonal a principios de este año. Ahora espera algún día recopilar sus obras de arte y los recuerdos escritos de su viaje en un libro.
Un camino existencial
Frente a la obra de arte de Ferreira Batista está la de Miranda, que ha traído destellos de la torre de marfil a su cuna de refugio.
“Como humanista, como pintor, no debería haber tomado este camino”, dijo en español. Miranda se sintió atraído por el arte cuando era preadolescente, y pintó y enseñó historia del arte, diseño gráfico y dibujo durante tres décadas antes de abandonar Venezuela en 2016, cuando la fiabilidad de su trabajo como académico comenzó a implosionar junto con el colapso económico del país. Sus creencias políticas también lo pusieron en oposición al gobierno del presidente Nicolás Maduro.
Antes de viajar a Estados Unidos el año pasado, pasó casi una década ganándose la vida en Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia y Perú, vendiendo sus obras de arte y dando clases donde podía, pero descubrió que no podía ganar suficiente dinero para comprar materiales para seguir pintando. Decidió irse a Estados Unidos el año pasado.
“Como humanista, como escritor o poeta, mi trabajo es parte de un camino existencial”, dijo. “Si no haces lo que se supone que debes hacer con tu vida, permaneces para siempre en el anonimato”.
Miranda pasó dos meses de su viaje de siete meses a Estados Unidos en la Ciudad de México viviendo en un refugio para migrantes y admirando las obras de arte de los gigantes del muralismo mexicano como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros mientras pintaba sus propias obras.
Poco después de su llegada a la ciudad de Nueva York, Miranda comenzó a pintar bajo la autopista elevada Brooklyn-Queens, adyacente al refugio de Hall Street, utilizando materiales que le ofrecieron grupos comunitarios locales. Pintar dentro de su enorme dormitorio fue un desafío, dijo.
“No es fácil pintar en un entorno donde hay tanto ruido”, dijo. “No es un lugar que favorezca esto, porque mi trabajo requiere un alto nivel de meditación y paso horas en ese nivel”.
Al final, el personal del refugio le permitió montar un pequeño estudio de artista alrededor de su catre, que ahora está escondido en un rincón tranquilo de uno de los amplios pisos del almacén, junto a una ventana, lo que ofrece un poco más de tranquilidad que un catre típico.
“Es un arte que no es decorativo”, dijo Miranda sobre su trabajo. “Tampoco corresponde a una función comercial global”. Espera trabajar en lienzos más grandes “para poder expresar realmente mi conocimiento técnico, histórico y filosófico, que complementa la trayectoria de mi carrera de cuarenta y siete años”, agregó.
Miranda dijo que esperaba que su obra de arte pudiera inspirar a los niños del refugio a dedicarse a sus nuevas vidas en la ciudad de Nueva York y a sus estudios.
“Ingenieros, científicos, artistas, músicos, escritores, poetas”, dijo. “Esta migración masiva trae consigo todo tipo de personas”.
The City. Traducción: Tara Valencia.