por Ute Eberle
Las historias se han vuelto terriblemente familiares. Casas tan invadidas por chinches de cama que los insectos chupadores de sangre se amontonan en una capa dos centímetros de espesor sobre el suelo. Un aeropuerto que cerró sus puertas para realizar una limpieza a fondo después de que los parásitos, también conocidos como ácaros de cama, fueran vistos arrastrándose descaradamente. Miedo y aversión durante la Semana de la Moda 2023 de París, con perros detectores de chinches trabajando horas extras cuando los insectos aparecieron en cines y trenes.
Por razones que casi con toda seguridad tienen que ver con el transporte internacional y una mala gestión de las plagas, las chinches de cama han resurgido con fuerza en cincuenta países desde finales de los años noventa. Pero recientemente, el resurgimiento ha traído un giro añadido. Cuando los exterminadores salen en masa a la caza de estas plagas, pueden encontrarse no solo con uno, sino con dos tipos diferentes de chinches.
Además de la chinche común, Cimex lectularius, que siempre ha habitado en el hemisferio norte, ahora se han avistado ejemplares de su prima, la chinche tropical, Cimex hemipterus, en regiones templadas. Tradicionalmente, esta especie no se aventuraba tan lejos del ecuador, escriben los entomólogos Stephen Doggett y Chow-Yang Lee en el número de 2023 del Annual Review of Entomology. Pero en los últimos años, las chinches tropicales han aparecido en Estados Unidos, Suecia, Italia, Noruega, Finlandia, China, Japón, Francia, Europa Central, España, “incluso en Rusia, lo que antes habría sido impensable”, dice Lee, de la Universidad de California en Riverside.
Al igual que la chinche común, la versión tropical se ha hecho resistente a muchos pesticidas habituales, hasta el punto de que algunos expertos afirman que no se molestarían en fumigar si su propia casa estuviera infestada. Se calcula que la lucha contra las chinches cuesta 1000 millones de dólares al año solo en Estados Unidos.
Todo esto se suma a una nueva y aleccionadora realidad: para muchas personas, las chinches están volviendo a ser algo cotidiano, como solían serlo a lo largo de la historia de la humanidad. Pero a medida que los científicos se apresuran a encontrar nuevas estrategias para combatir estas plagas (desde microfabricados que atrapan a los insectos hasta esporas de hongos que los invaden y los matan), también aprenden más sobre la biología, a menudo extraña, de las chinches, que algún día podría revelar el talón de Aquiles del parásito.
Engancharse a la humanidad
La genómica demuestra que las chinches surgieron hace 115 millones de años, antes de que se extinguieran los dinosaurios. Cuando aparecieron los primeros humanos y se instalaron en cuevas, los antepasados de las chinches actuales estaban listos y esperando. Se cree que estos insectos se alimentaban inicialmente de murciélagos. Pero los murciélagos reducen su circulación sanguínea durante su estado de letargo similar al sueño, lo que probablemente dificulta la alimentación del parásito chupasangre. Es de suponer, pues, que al menos algunos antepasados de las chinches se pasaron a los humanos.
Desde entonces, las chinches han seguido a la humanidad por todo el planeta, acompañándola en las antiguas rutas marítimas y en los modernos viajes en avión. Incluso, se han hallado chinches conservadas de hace unos 3550 años en las habitaciones de los trabajadores del antiguo Egipto.
Las chinches pueden sobrevivir un año o más sin alimentarse. Del tamaño de una semilla de manzana aplastada, se introducen durante el día en pequeñas grietas de las paredes o en las juntas de los marcos de las camas, y salen por la noche atraídas por el dióxido de carbono exhalado, el calor corporal y el olor de la piel. En 1900, se calculaba que el 75% de los hogares del Reino Unido tenían chinches, escriben Doggett y Lee. A lo largo de los años han circulado recetas de remedios extraños, como una receta de “zumo de gato” en una guía de control de plagas de 1725. La fórmula consistía en asfixiar y despellejar a un gato, asarlo en un espetón, mezclar los restos con yema de huevo y aceite y untar la mezcla en las grietas de la cama.
El DDT (diclorodifeniltricloroetano) y los pesticidas que le siguieron supusieron un respiro de varias décadas entre los años cuarenta y noventa, suficiente para que la mayoría de la gente se olvidara de los insectos y no los reconociera cuando reaparecieron con el cambio de milenio.
Doggett y Lee plantean la hipótesis de que la reaparición de los chupasangres comenzó en zonas de África, donde coexisten de forma natural chinches comunes y tropicales, y donde se fumigaba con DDT (y más tarde con otros insecticidas) en las habitaciones contra los mosquitos portadores de la malaria. Inicialmente, esto también habría matado a la gran mayoría de chinches. Pero algunas resistentes sobrevivieron y se multiplicaron.
Las chinches chupan hasta tres veces su peso corporal en sangre. Al hacerlo, también absorben cualquier virus u otros agentes infecciosos que puedan circular por el cuerpo de su presa, como la hepatitis B y el VIH. Nunca se ha descubierto que transmitan estas enfermedades en la naturaleza, pero esto no significa que los parásitos sean benignos. “Las chinches producen algunas de las picaduras más irritantes de todos los insectos”, afirma Doggett, del Departamento de Entomología Médica del Hospital Westmead de Sídney. “Si me pica una, no duermo, pues reacciono muy mal. Si hay muchas chinches, las picaduras son horribles”. Se han dado casos de personas que han prendido fuego accidentalmente a colchones en un intento desesperado por ahuyentar a las chinches, quemando a veces sus casas en el proceso.
Los humanos no son los únicos que reaccionan con tanta fuerza. La familia Cimicidae, a la que pertenecen las chinches de la cama, comprende unas cien especies. Casi todas prefieren picar a animales distintos de los humanos, a menudo aves. Los biólogos han observado pollos de golondrinas de acantilado que saltaban a la muerte desde nidos muy infestados, en lugar de soportar las picaduras.
Las infestaciones extremas, en las que cientos de chinches pueden descender sobre una cama por la noche, pueden provocar anemia al que duerme. Pero incluso un puñado de estas plagas puede provocar insomnio, ansiedad y depresión. Las personas afectadas pueden verse rechazadas por sus amigos, puestos en la lista negra de los caseros y, al estar privados de sueño, más propensos a sufrir accidentes automovilísticos y problemas en el trabajo.
Al menos indirectamente, las chinches probablemente causan muertes humanas. Doggett ha observado que algunas personas en África están dejando de usar los mosquiteros que les protegen de los mosquitos y de las infecciones de malaria potencialmente mortales porque las chinches se esconden en ellos. “En algunas regiones están aumentando los casos de malaria, y creemos que las chinches contribuyen a ello”, afirma.
Un enemigo resistente
En la actualidad se ha detectado resistencia de las chinches a la mayoría de los insecticidas habituales, como organoclorados, organofosforados, carbamatos, neonicotinoides, arilpirroles y piretroides. Algunas de las cepas actuales de chinches toleran dosis de pesticidas miles de veces superiores a las que solían matarlas sistemáticamente. Las chinches resistentes han desarrollado mutaciones genéticas que impiden que los plaguicidas se unan eficazmente a sus células, o bien producen enzimas que descomponen rápidamente las toxinas en su organismo. Otras están desarrollando exoesqueletos más gruesos que los venenos no pueden penetrar fácilmente.
Una investigación realizada hace unos años en un hospital de Cleveland descubrió que aparecían en promedio chinches nuevas en las instalaciones cada 2,2 días. Y las chinches tropicales parecen tan felices en nuestros interiores modernos como la variedad común. “La calefacción y el aire acondicionado han estandarizado nuestros entornos vitales”, afirma Lee. “Si una chinche tropical se introduce por casualidad en una casa de Noruega, ahora puede sobrevivir allí incluso en invierno”.
En la actualidad, los únicos insecticidas contra chinches que siguen funcionando son algunos productos combinados que mezclan distintas clases de pesticidas. Pero es solo cuestión de tiempo que estos también fallen, dicen los expertos: ya se han documentado casos de resistencia. Cada vez más, los exterminadores incorporan métodos no químicos, como los tratamientos térmicos, en los que profesionales cualificados calientan las habitaciones a más de 120 grados Fahrenheit (49 grados Celsius) durante varias horas. A menudo esparcen por las habitaciones un polvo harinoso llamado tierra de diatomeas, que se adhiere a los insectos que se esconden del calor en las grietas de las paredes o bajo los colchones. El polvo desgasta el exoesqueleto del insecto, deshidratándolo hasta la muerte.
Tales medidas, combinadas con una mayor concienciación, han ayudado a mitigar, o incluso revertir en parte, la propagación de las chinches en algunos lugares. En Nueva York, por ejemplo, las quejas por chinches se redujeron a la mitad entre 2014 y 2020, pasando de 875 quejas al mes a 440, en promedio. Sin duda, siguen siendo catorce quejas al día.
Pero, aunque eficaces, los métodos no químicos suelen funcionar con lentitud. “Es muy habitual que una eliminación tarde de uno a dos o incluso tres meses”, afirma Changlu Wang, entomólogo de la Universidad Rutgers de Nueva Jersey. Mientras tanto, los residentes deben seguir viviendo en sus barrios infestados.
Las medidas no químicas también pueden resultar caras, ya que pueden requerir pasos laboriosos como sellar grietas en las paredes o eliminar físicamente los bichos aspirándolos. Mientras que una fumigación rápida (pero cada vez más inútil) de plaguicidas puede costar unos cientos de dólares, las erradicaciones mecánicas pueden ascender a varios miles. Esto pone el control eficaz de las chinches fuera del alcance de muchos, haciéndoles vulnerables a infestaciones arraigadas que pueden extenderse por las comunidades.
El resultado es que la epidemia se ha trasladado a los pobres, afirma Michael Levy, epidemiólogo de la Universidad de Pensilvania. “Aunque muchas ciudades tienen ahora políticas contra las chinches, muy pocas ofrecen mucha ayuda a quienes no pueden permitirse el tratamiento”, afirma. Un informe de 2016 sobre 2372 unidades de apartamentos de bajos ingresos en cuarenta y tres edificios de cuatro ciudades de Nueva Jersey encontró que entre el 3,8% y el 29,5% estaban infestados de chinches.
La propagación hacia el norte de las chinches tropicales complica aún más las cosas. Aunque las dos especies se parecen, las chinches tropicales tienen más pelo en las patas, lo que les permite salirse de muchas de las trampas de paredes lisas que se utilizan para vigilar los hogares. Esto significa que las infestaciones pueden permanecer más tiempo sin ser detectadas, dice Lee. Y cuanto más crece una población, más difícil es deshacerse de ella.
Para defenderse, los investigadores se inspiran en la sabiduría tradicional. En la región europea de los Balcanes, los propietarios de viviendas solían esparcir las hojas de una planta de frijol (Phaseolus vulgaris L.) alrededor de sus camas. Las hojas tienen pequeños ganchos en la superficie que atrapan a los insectos. Ahora, un científico de la Universidad de California en Irvine está desarrollando un “insecticida físico” en forma de material sintético con microestructuras muy curvadas que imitan las de las hojas de esa planta de frijol. Catherine Loudon, de la Universidad de California en Irvine, escribe en un artículo publicado en 2022 en Integrative and Comparative Biology que estas microestructuras empalan irreversiblemente las patas de las chinches. “Las chinches son incapaces de escapar una vez perforadas”.
Otros métodos recientes también tienen su origen en la naturaleza. Los científicos han descubierto, por ejemplo, que los aceites esenciales pueden repeler las chinches. Sin embargo, el efecto es sobre todo temporal. En cambio, algunas esporas de hongos actúan de forma permanente. “Básicamente, las esporas penetran en el cuerpo de la chinche y la matan”, explica Wang. Al menos un producto que contiene el hongo Beauveria bassiana, que mata insectos, está ya disponible en algunos mercados, incluido el estadounidense.
Los investigadores siguen fascinados por la biología de este insecto, sobre todo por su vida sexual. Aunque las chinches hembras tienen genitales normales, los machos suelen aparearse clavando un pene afilado como una aguja en el abdomen de la hembra para inyectarle esperma. Suelen hacerlo justo después de que la chinche se haya alimentado, ya que así está demasiado hinchada para protegerse.
Tener que hacer frente a estas frecuentes heridas ha llevado a las chinches hembra a desarrollar el único órgano inmunitario del reino de los insectos, afirma Klaus Reinhardt, zoólogo de la Universidad Tecnológica de Dresde, Alemania. También han desarrollado un material extraordinariamente elástico que cubre las partes de su abdomen con más probabilidades de ser apuñaladas. “Se parece a uno de esos frascos de inyección autosellantes que se vuelven a cerrar cuando se jala la aguja”, explica Reinhardt.
Aunque es probable que este conocimiento sirva de poco para combatir directamente estas plagas, responder a otra pregunta sí podría hacerlo: ¿por qué las chinches no se quedan en el cuerpo de su huésped como hacen, por ejemplo, los piojos? Resulta que a las chinches no les gusta nuestro olor. Ciertos lípidos de la piel humana repelen a las chinches, según reportaron investigadores de la Universidad de Kentucky en 2021 en Scientific Reports. Esto hace que se retiren a escondites diurnos, marcando su rastro con feromonas.
Los exterminadores ya intentan atrapar a las chinches con falsas marcas de rastro. Y algún día podríamos disuadir a los insectos de propagarse tratando las maletas con olores que desprecian.
Pero por ahora, la precaución sigue siendo la mejor alternativa. Los expertos aconsejan a los viajeros que comprueben si los alojamientos presentan manchas de defecación de chinches: en las costuras de los colchones, los muebles y detrás de los respaldaren de las camas (los insectos defecan hasta varias docenas de veces después de cada banquete de sangre, a menudo justo al lado de sus víctimas). Las maletas deben guardarse en la bañera del hotel o envueltas en una bolsa de plástico. Al volver a casa, el contenido del equipaje debe meterse en la secadora de ropa durante al menos treinta minutos en la temperatura más alta, o en un congelador muy frío durante varios días.
Si las chinches invaden una casa, “el mayor error es intentar deshacerse de ellas por uno mismo”, dice Doggett. “El ciudadano promedio no se da cuenta de lo difícil que es controlar las chinches y utiliza insecticidas de supermercado que están etiquetados para chinches, pero que no funcionan. La infestación se extenderá y los costos aumentarán”.
Knowable. Traducción: Debbie Ponchner