Los musicales representaron durante mucho tiempo mundos utópicos, ofreciendo un escape para el público, aunque solo sea por unas pocas horas. Cuando Richard Rodgers y Oscar Hammerstein estrenaron Oklahoma!, el 31 de marzo de 1943 en el Teatro St. James de Nueva York, el musical fue un respiro perfecto para el público inmerso en las ansiedades cotidianas de la Segunda Guerra Mundial.
Ofrece una narrativa clásica: dos hombres, el vaquero Curly McLain y el granjero Jud Fry, luchan por el afecto de una mujer, la granjera Laurey Williams. Este triángulo amoroso se desarrolla en el contexto de la expansión hacia el oeste a principios del siglo XX. Al final, Curly prevalece y el musical se cierra con una celebración entusiasta de la unidad, el estado y la construcción de la nación.
“Sabemos que pertenecemos a la tierra/ ¡Y la tierra a la que pertenecemos es grandiosa!”, canta el elenco. “¡Lo estás haciendo bien, Oklahoma! Oklahoma, OK.”
Es el tipo de historia totalmente estadounidense que conecta al público con nuestro pasado colectivo, uno de los mismos atractivos que hicieron de Hamilton un gran éxito contemporáneo.
Pero, a casi ochenta años del estreno de Oklahoma!, me pregunto, como estudioso de la música estadounidense, si el musical favorito de los profesores de teatro de secundaria ya sigue resonando como antes.
Dicho de otra manera: ¿La América de quién representa Oklahoma!? ¿Y la visión de la nación que tiene el musical es relevante hoy en día?
Oklahoma! fue la primera obra en la que Rodgers y Hammerstein trabajaron juntos como equipo, y el dúo basó su musical en Green Grow the Lilacs, una obra de 1930 de Lynn Riggs.
Esa historia también trata sobre los estadounidenses blancos y la expansión hacia el oeste, pero hay una diferencia clave: las referencias a los nativos americanos y los afroamericanos aparecen en la obra de Riggs. Los personajes hablan con frecuencia sobre el “territorio indio” y reconocen los peligros de vivir allí.
Cuando Rodgers y Hammerstein adaptaron esta narrativa, sus personajes se volvieron felizmente inconscientes de las realidades raciales de su escenario. Aunque uno de cada cuatro vaqueros era negro, no incorporaron afroamericanos; y aunque el espectáculo se desarrolla en Claremore, Oklahoma, justo en el medio de la Nación Cherokee, no se menciona el conflicto violento y la división de tierras tribales que ocurre desde la aprobación de la Ley Dawes en 1887.
Entonces, ¿a dónde fueron? La estudiosa del teatro musical Andrea Most argumenta que las figuras no blancas encuentran un hogar en el antagonista, Jud Fry.
En el musical, Fry es la encarnación de todas las cosas peligrosas y oscuras, un bruto que consume grandes cantidades de alcohol y vive en una choza miserable llena de pornografía. En aquel momento, en el entretenimiento estadounidense, era común que los escritores desplegaran ese tropo cada vez que querían diferenciar a un personaje de la sociedad blanca adecuada. El simbolismo no está reservado para los afroamericanos y los nativos americanos. El personaje de Jud también encarna el peligro inminente del Japón imperial y la Alemania nazi.
Cuando Curly canta “todo va a mi manera” en el número de apertura, no solo está hablando de la prosperidad colectiva; también hace referencia a victorias militares en el extranjero. La presencia continua de Jud amenaza el avance de Claremore. Según Most, después de que Jud muere al caer sobre su propio cuchillo durante una pelea con Curly, se convierte en “un chivo expiatorio sacrificial cuya muerte limpia a la comunidad de la oscuridad”.
La muerte de Jud es el Destino Manifiesto y un nuevo orden mundial que avanza en dos pasos hacia el siglo XX.
Por supuesto, la vida real no es tan blanca y negra: el día del estreno de Oklahoma!, las fuerzas aliadas mataron a cientos de civiles cuando bombardearon accidentalmente un barrio de Róterdam.
Oklahoma! ignora todo esto. Favorece una visión nostálgica de las acciones de Estados Unidos en el mundo, un giro necesariamente reduccionista para los asistentes al teatro de su época.
Pero las audiencias contemporáneas son culturalmente más sofisticadas. ¿Oklahoma! tiene un lugar en esta América?
Los musicales, entonces, como ahora, ofrecen una ventana importante a la cultura estadounidense. Y Oklahoma! puede verse como una obra que captura una visión optimista de América en un momento en que su futuro estaba por las nubes.
Pero tratar a Oklahoma! como una pieza de museo, una obra congelada en el tiempo e interpretada con total fidelidad a la versión original, no me parece del todo correcto. Al mismo tiempo, tampoco es correcto quitarla del repertorio que se presenta regularmente en el teatro musical estadounidense. Sigue siendo un espectáculo importante.
Tal vez le corresponde al público moderno, cuando ve musicales clásicos, leer entre líneas, pensar en lo que no aparece en el escenario y por qué podría ser así.
Pero los directores y los artistas también pueden desempeñar un papel y pueden tomar decisiones creativas que abren un poco la narrativa. ¿Qué pasaría si todos los vaqueros estuvieran vestidos como policías? ¿Qué pasaría si Laurey fuera interpretada por una actriz nativa americana? ¿Qué pasaría si Curly realmente clavara el cuchillo en Jud, en lugar de que Jud cayera sobre él solo?
La reinvención creativa no necesita aplicarse solo a Oklahoma!. Cualquier clásico de Broadway, desde Show Boat hasta A Chorus Line, debería ser elegible. Si se lo hace, puede permitir que los actores, directores y audiencias estadounidenses recuperen la narración del pasado, manteniendo el diálogo con las realidades de nuestro momento presente.
Fuente: The Conversation/ Traducción: Mara Taylor