por Tara Valencia
Nunca había escuchado hablar de la yapa en Nueva York. Luego supe que “yapa” es un modismo de origen quechua, filtrado hace mucho a la mayoría del habla coloquial del sur de las Américas y, por su intermedio, filtrado también en el sur hispano de Estados Unidos. Pero nunca lo había oído en Nueva York. Hasta ahora.
Quizás nunca sepamos quién fue su autor. Quizás fueron fragmentos de colaboraciones dispersas. Un comentario gracioso que pegó. Como un meme, pero en la vida diaria. Yo lo oí por primera vez frente a una florería de la esquina de Tito Puente y la Tercera, en el East Harlem.
“Mira, viene la yapa”.
No era yo quien debía mirar pero de todos modos miré. Tengo ojos y todavía es gratis usarlos. La yapa era un patrullero policial. Bajaron dos oficiales. Querían hacer un arresto. Cualquier arresto. Que les demandara tiempo. Horas de trabajo. Ir hasta la comisaría. Hacer el papelerío. Burocracia.
Eso es la yapa. Al menos eso es la yapa ahora en Nueva York. Y es más intrincado de lo que parece.
El término proviene del comercio. Yapa es un añadido, un extra sin cargo, que se suma a los productos adquiridos durante una transacción. Como que compras un kilo de chocolate en una chocolatería y te regalan un bombón extra. Cuando le pregunté sobre la yapa a mi padre, que es español, no sabía de qué le hablaba. Mi madre, que es estadounidense de origen mexicano, tiene por definición más mundo. Sin desdeñar a mi padre ni a los españoles. Mi madre me dijo que ninguna buena verdulería al sur del río Bravo puede considerarse buena verdulería sin la práctica de la yapa. Le pregunté si con la compra te regalaban una manzana o una banana. Me dijo que más bien eran pequeñas verduras. Mi padre se lamentó profundamente de que los grandes supermercados hayan matado la ancestral práctica de la yapa. Mi madre le dijo que hasta dos minutos antes no sabía nada de la yapa. Mi padre dijo que eso no era cierto. Es un matrimonio de fake news.
La yapa policial es menos simpática. Y quienes terminarán pagándola, a la yapa, residen mayoritariamente en barrios negros y latinos de la ciudad. Todavía no escuché un equivalente a “viene la yapa” en inglés.
Antes de asumir el cargo, el año pasado, el alcalde Eric Adams se comprometió a reducir a la mitad el gasto en horas extra de la policía. Promesas de campaña. ¿Quién es peor, quien le cree o quien luego se sorprende de que le hayan dicho una cosa por otra? Ahora mismo, en su primer año de mandato, las horas extras de la policía no se redujeron a la mitad sino que están por romper el máximo histórico de la última década. El año fiscal termina el 30 de junio. La policía ya se excedió de su presupuesto de horas extras en casi 100 millones de dólares. Ya se gastaron 472 millones y se espera que el 30 de junio se hayan ido 740 millones en extras para la policía. Y nadie ve que el trabajo se esté haciendo mejor. Sólo que es más caro. Y que viene con yapa.
“Si la ciudad de Nueva York tuviera efectivo ilimitado, sería maravilloso permitir que los maestros trabajaran horas extras ilimitadas después de la escuela para ayudar a todos los niños a aprender a leer, o que los trabajadores sociales tuvieran turnos ilimitados para ayudar a asesorar a los neoyorquinos que luchan contra enfermedades mentales”, dijo Brad Lander, contralor de la ciudad, en un comunicado. “Pero a estas agencias no se les permite mostrar un total desprecio por su presupuesto de horas extra, y no podemos permitirnos que la policía de Nueva York lo haga año tras año”.
Las horas extras pueden ser un gran negocio para muchos policías. CityLab informa que muchos oficiales duplican su salario anual gracias a las horas extras. Lo cual, de nuevo, no sería terrible si se correspondería a un trabajo de seguridad sobresaliente o por lo menos eficiente. O si no se proyectara sobre el telón de recortes en escuelas y bibliotecas.
Las horas extras significan muchas cosas. No solo salir a tocar la trompeta en el desfile de los perros salchichas. Significa también que los oficiales propician arrestos al final de sus turnos y que los sobrefacturan como parte de los 740 millones de este año. Y no buscan a grandes mentes criminales. Van por contravenciones menores, muchas veces destiladas de las políticas de gentrificación de los barrios, como la venta callejera de comestibles o el terrible delito de sentarte a beber una cerveza en la escalera de tu casa en una noche agradable de primavera.
Eso es la yapa, ahora, en los barrios latinos de Nueva York. Cuando la policía, al final de su jornada laboral, viene buscando complicarle la vida a alguien para duplicar su salario anual.
“Mira, viene la yapa”.
Pueden sumar la expresión a sus diccionarios de modismos de la lengua. Yapa significa policía neoyorquina en busca de plata gratis por horas extras.