por Angela Saini
“Cada sociedad se entrena para ver categorías”, escribió Charles King, profesor de la Universidad de Georgetown, en su libro de 2019, Gods of the Upper Air. “Podría decirse que la movilización de la ciencia falsa para justificar el fanatismo— continuó —es una característica profunda de una sola cultura: la del Occidente desarrollado”.
Al menos desde el siglo XVIII en adelante, los naturalistas europeos desarrollaron una teoría de la diferencia humana en la que se consideraba que los hábitos y comportamientos compartidos de una población estaban arraigados en sus cuerpos y vinculados a la geografía de la misma manera que su color de piel. Esa creencia dejó su huella en los museos de historia natural y antropología de Europa y América del Norte, ya que intentaban exhibir las culturas y las características de las personas de todo el mundo.
En el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, el Salón de los Mamíferos Africanos se encuentra en diagonal al otro lado del corredor del Salón de los Pueblos Africanos. Asimismo, el Salón de los Mamíferos Asiáticos conduce al Salón de los Pueblos Asiáticos. En el mismo piso se encuentra el Salón de los Pueblos Sudamericanos.
El museo no tiene Salón de los Pueblos Europeos. Aunque cada uno de los salones culturales se desarrolló por separado durante diferentes períodos de tiempo, la omisión tal vez habla de la época en que los pensadores occidentales veían a los europeos como excepcionales, modernos y civilizados en formas que otras razas no lo eran. Según esta cosmovisión, los europeos blancos no pertenecían a la naturaleza; en cambio, estaban destinados a controlarla. Las culturas occidentales eran dinámicas; otras estaban estáticas.
En su libro, King explica cómo estas ficciones fundacionales de la raza comenzaron a ser cuestionadas a principios del siglo XX con una generación de antropólogos que destacaron que la cultura y la biología estaban separadas y que las categorías raciales no se basaban en la biología. Entre ellos estaba la antropóloga liberal y antirracista Margaret Mead, quien argumentó que las culturas occidentales no eran los pináculos de la civilización que imaginaban ser.
Mead trabajó en el Museo Americano de Historia Natural desde 1926 hasta su muerte en 1978, aunque el museo tardó hasta el siglo XXI en cuestionar por completo sus colecciones. Un festival anual que ahora se lleva a cabo en su honor presenta películas y actuaciones destinadas a una comprensión más sensible de las culturas humanas.
En 2018, un diorama de 1939, que mostraba el momento en que una delegación de Lenape se reunió con el líder holandés Peter Stuyvesant, fue anotado con etiquetas añadidas al vidrio, explicando sus inexactitudes históricas y caracterizaciones engañosas.
Y en mayo de 2022, el museo inauguró su nuevo Salón de la Costa Noroeste, un marcado alejamiento de los dioramas del pasado. La sala presenta más de mil artefactos culturales y obras de arte contemporáneas, curadas en colaboración con comunidades indígenas, así como un video de Michael Bourquin, un cineasta de ascendencia Tahltan-Gitxsan, que explica el daño cultural causado en las comunidades nativas locales de la costa noroeste del Pacífico como resultado del colonialismo de los colonos.
Sin embargo, en las antiguas salas culturales de arriba del Salón de la Costa Noroeste, sigue existiendo una tensión entre los prejuicios del pasado y el futuro de museos como éste. Las exhibiciones más antiguas se sienten extrañamente fuera de lugar en comparación con las más nuevas. Los curadores reconocen la necesidad de seguir adelante, de dibujar un retrato más fresco de la humanidad, uno que no reduzca a las personas a caricaturas. Hasta que no se disponga de los recursos para rediseñarlo todo, algunos intentan contextualizar lo que hay. Un panel explicativo en el Salón de los Pueblos Asiáticos admite: “Estamos repensando el futuro de los maniquíes en los museos”.
Pero tal vez haya algún valor educativo en dejar las cosas como están; al menos por un tiempo. Entrar a los salones culturales, donde algunas exhibiciones tienen ahora más de cinco décadas, parece una lección en sí misma. Hay un subtexto en los dioramas obsoletos. Obsérvenlos atentamente y contarán una historia alternativa de la que fueron diseñados para contar; una historia de cómo el mito de la raza estableció los límites para el estudio de la diferencia humana. Señalan otro tipo de cultura: la del racismo europeo y estadounidense.
Fuente: Undark/ Traducción: Mara Taylor