por Dennis Meredith
Cuando los periodistas científicos escriben sobre un avance de una investigación, a menudo contactan a un científico que no participa en el trabajo para obtener una opinión independiente sobre su validez. Es una buena práctica periodística. Pero en la ciencia del clima, ¿qué pasa si hay conceptos ampliamente aceptados por los científicos que resultan ser del tipo del traje nuevo del emperador, es decir, ficciones aceptadas? ¿O qué pasa si la verdad de una afirmación está más allá de la experiencia de los científicos del clima, en los ámbitos de la tecnología, la economía o la política?
Mi conclusión a partir de más de medio siglo de experiencia como comunicador científico en seis universidades (trabajando tanto con científicos como con periodistas) es que los periodistas con demasiada frecuencia aceptan muchas de esas afirmaciones sin someterlas al sano escepticismo y al análisis riguroso que, por ejemplo, les reclamarían a políticos o abogados.
Los periodistas reconocen que los políticos y los abogados tienen agendas: ganar elecciones y casos judiciales, respectivamente. Pero muy rara vez perciben que los científicos tengan tal agenda, a pesar de que los científicos no han sido árbitros neutrales de la verdad sobre el cambio climático.
El hecho de que los periodistas no reconozcan la agenda de los científicos del clima significa que los han puesto en un pedestal, que resulta ser un castillo de naipes. Las deficiencias de los científicos del clima (profesionales, psicológicas y culturales) llevaron a los investigadores a restar importancia al estado verdaderamente terrible del clima del planeta.
Esta minimización contribuyó al fracaso a la hora de persuadir al público para que apoye la gran revolución en el sistema energético global necesaria para evitar una catástrofe climática. Por ejemplo, en una encuesta de opinión pública sobre el cambio climático, el Voto Climático de los Pueblos, el 64 por ciento de los 1,2 millones de encuestados dijeron que el cambio climático es una emergencia global. Sin embargo, sólo el 59 por ciento de ese grupo estuvo de acuerdo en que el mundo debería “hacer todo lo necesario, con urgencia” como respuesta. Así, sólo el 38 por ciento del total estuvo a favor de una acción urgente.
Dos ejemplos principales de conceptos climáticos de traje nuevo de emperador promovidos por los científicos son los límites objetivo al aumento de la temperatura global y las perspectivas de que las energías renovables reemplacen a los combustibles fósiles.
Los límites de temperatura objetivo de 1,5 y 2 grados Celsius (2,7 y 3,6 Fahrenheit, respectivamente) por encima de los niveles preindustriales fueron consagrados como evangelio climático en el Acuerdo de París de las Naciones Unidas de 2015. Y si bien esos límites se consideraban fundamentales para las políticas destinadas a evitar una catástrofe climática, su historia revela que, en realidad, esencialmente no tienen ningún valor como medidas científicas precisas del increíblemente complejo sistema climático global.
El límite de 2 grados C no surgió del análisis de datos científicos sobre temperaturas globales, registros históricos, derretimiento de glaciares o impactos ecológicos. Más bien, inicialmente se basó en el aumento de la temperatura global que se creía que ocurriría si el nivel de dióxido de carbono atmosférico se duplicara. El economista William Nordhaus propuso el límite de 2 C en la década de 1970 en dos documentos de debate informales y no revisados por pares. Incluso el propio Nordhaus calificó el límite de “extremadamente provisional”, “profundamente insatisfactorio” y una suposición aproximada.
El Instituto Ambiental de Estocolmo recomendó el límite de 2 C en un informe de 1990 reconociendo que un aumento por encima de 1 C “puede provocar respuestas rápidas, impredecibles y no lineales que podrían conducir a daños extensos al ecosistema”. Pero como ya era demasiado tarde para que la sociedad limitara el aumento de temperatura a 1 C, los autores del informe se centraron en 2 C como límite superior.
Sin embargo, como escribieron el climatólogo Reto Knutti y sus colegas en una crítica de 2015, “ninguna evaluación científica ha justificado o defendido claramente el objetivo de 2 °C como un nivel seguro de calentamiento”. Del mismo modo, el límite inferior de 1,5 C no se eligió porque representara un nivel seguro, sino porque los científicos creían en ese momento que el límite de 1,5 C era alcanzable y que el daño causado por el calentamiento global sería menor que si se aumentara 2 C.
A pesar de estas deficiencias, los periodistas aceptaron el límite de 1,5 C como un objetivo elegido basándose en una comprensión científica de sus impactos climáticos, en lugar de ser un número convenientemente redondo inferior a 2 C. Por ejemplo, una búsqueda en Google News para la cobertura del límite de 1,5 C en la reciente conferencia climática COP28 no reveló ningún artículo que cuestionara su valor fundamental como medida de los efectos climáticos.
Muchos periodistas también han aceptado los pronósticos optimistas (juego de palabras) de los científicos del clima sobre el futuro de la energía renovable. Por ejemplo, un artículo del New York Times titulado “El futuro de la energía limpia está llegando más rápido de lo que se piensa” citaba a Fatih Birol, director de la Agencia Internacional de Energía, diciendo que la inversión en energía renovable se ha “acelerado”. Sin embargo, los propios datos de la AIE muestran que en 2022, la proporción actual del suministro total de energía procedente de la energía solar, eólica, hidráulica, geotérmica y oceánica fue solo del 5,5 por ciento.
Y algunos investigadores han advertido que será necesaria una aceleración sin precedentes históricos en el despliegue de energías renovables para lograr objetivos de ahorro climático. El analista de políticas Vaclav Smil señaló que las transiciones energéticas pasadas (de la madera al carbón o al petróleo, por ejemplo) tardaron de dos a tres generaciones. “Las energías renovables no están despegando más rápido que otros combustibles nuevos, y no hay ninguna razón técnica o financiera para creer que aumentarán más rápido”, escribió en un artículo de 2014 para Scientific American. “La gran esperanza actual de una transición rápida y radical hacia la energía renovable está alimentada principalmente por ilusiones y una mala comprensión de la historia reciente”.
Las políticas energéticas también deberán apuntar explícitamente al mismo tiempo a eliminar gradualmente los combustibles fósiles. El economista Richard Newell y el investigador de políticas Daniel Raimi escribieron que en el pasado “el mundo nunca experimentó realmente una transición energética”. En contraste, continuaron, “el mundo experimentó una serie de adiciones de energía, donde los nuevos combustibles se construyen sobre los viejos, elevándose como un rascacielos en construcción”.
Los periodistas tomaron al pie de la letra las afirmaciones de los científicos del clima en parte porque, al igual que el público, consideran que se puede confiar en los científicos. Una encuesta de 2015 encontró que el 71 por ciento de los encuestados confiaba “mucho” o “algo” en los científicos del clima como fuente de información sobre el calentamiento global. Encuestas más recientes demostraron que alrededor de tres cuartas partes de los estadounidenses confían en que los científicos actuarán en beneficio del público.
Pero, en términos más generales, muchos periodistas no comprenden las características y presiones que hacen que los científicos del clima sean narradores poco confiables (para tomar prestada una frase que los escritores de ficción usan para describir personajes engañosos). Por un lado, los científicos tienden al optimismo profesional. Sus experimentos a menudo fracasan y normalmente sólo publican sus éxitos. En medio de tal fracaso, se necesita un optimismo férreo para seguir adelante. Y, para obtener financiación, deben expresar optimismo en sus propuestas de investigación de que descubrirán algo.
Este optimismo ha llevado a los científicos del clima a arremeter contra el “catastrofismo”, afirmando que todavía queda tiempo para evitar una catástrofe climática. Sin embargo, al juzgar esas afirmaciones, los periodistas deberían reconocer que los científicos del clima no son ingenieros, economistas ni politólogos. Su limitada experiencia significa que pueden descartar las enormes barreras tecnológicas, económicas y políticas que impiden detener el impulso de nuestra sociedad impulsada por los combustibles fósiles. Silbar al pasar por un cementerio no significa que el cementerio ya no esté allí.
Los científicos del clima también tienden a autocensurarse, silenciando sus voces públicas y restando importancia a la gravedad de los efectos climáticos. En un ensayo de 2016 publicado en su sitio web, el climatólogo James Hansen calificó esa timidez como “reticencia científica peligrosa” y escribió: “La aflicción es generalizada y grave. A menos que se reconozca, puede disminuir gravemente nuestras posibilidades de evitar un cambio climático peligroso”.
“Error por el lado del menor dramatismo”, así describieron la historiadora Naomi Oreskes y sus colegas la tendencia de los científicos del clima a moderar sus predicciones sobre el cambio climático. En un artículo de 2013, escribieron que la tendencia provenía de “una presión interna que surge de normas de objetividad, moderación, etc.” Y que “puede hacer que los científicos subestimen o minimicen los cambios climáticos futuros”.
En un artículo para Scientific American, Oreskes y dos colegas destacaron un elemento relacionado de la agenda de los científicos: preservar su reputación como cuidadosamente conservadora. Los autores escribieron que a los científicos les preocupa perder credibilidad si sobreestiman una amenaza; pero si subestiman la amenaza, su reputación sufrirá poco o ningún impacto. Por eso, los científicos se protegen “restando importancia a los riesgos conocidos y negando a los críticos la oportunidad de etiquetarlos de alarmistas”.
Otra razón importante de la reticencia de los científicos es que una de las principales prioridades de su agenda es preservar su empleo. No sólo no son recompensados profesionalmente por su labor de defensa pública, sino que también pueden perder sus empleos. Los científicos y contratistas gubernamentales y los científicos corporativos pueden ser despedidos sumariamente por activismo climático. Tal fue el caso reciente de la científica terrestre Rose Abramoff, quien fue despedida de su trabajo en el Laboratorio Nacional Oak Ridge después de participar en una protesta en una reunión de la Unión Geofísica Estadounidense. Aunque los científicos académicos parecen estar más protegidos, el activismo puede poner en peligro sus colaboraciones en investigación y sus perspectivas de titularidad.
Los periodistas deberían sacar a los científicos del clima de su pedestal de castillo de naipes y aplicar el mismo rigor que usarían con otras fuentes. Encontrarían que su cobertura sería más precisa, realista y convincente al retratar las crudas realidades de la emergencia climática y las medidas drásticas que se deben tomar para enfrentarla.
Fuente: Undark/ Traducción: Mara Taylor