por Ian Hohm y Michael Varnum
¿Qué te viene a la mente cuando piensas en el invierno? ¿Copos de nieve? ¿Guantes de lana? ¿Renos? En gran parte del hemisferio norte, el invierno significa temperaturas más frías, días más cortos y fiestas de fin de año.
Junto con estos cambios, un creciente conjunto de investigaciones en psicología y campos relacionados sugieren que el invierno también trae consigo algunos cambios profundos en la forma en que las personas piensan, sienten y se comportan.
Si bien una cosa es identificar tendencias estacionales en la población, es mucho más complicado tratar de desentrañar por qué existen. Algunos de los efectos del invierno se han relacionado con normas y prácticas culturales, mientras que otros probablemente reflejan las respuestas biológicas innatas de nuestros cuerpos a las condiciones meteorológicas y ecológicas cambiantes. Los cambios naturales y culturales que acompañan al invierno a menudo ocurren simultáneamente, lo que dificulta desentrañar las causas subyacentes de estos cambios estacionales.
Con nuestros colegas Alexandra Wormley y Mark Schaller, recientemente llevamos a cabo un estudio exhaustivo de estos hallazgos.
La tristeza del invierno y una larga siesta invernal
¿Te sientes deprimido en los meses de invierno? No eres el único. A medida que los días se acortan, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría estima que alrededor del 5% de los estadounidenses experimentarán una forma de depresión conocida como trastorno afectivo estacional o TAE.
Las personas que experimentan TAE tienden a tener sentimientos de desesperanza, menor motivación para participar en actividades que generalmente disfrutan y letargo. Incluso aquellos que no alcanzan el umbral clínico de este trastorno pueden experimentar aumentos en la ansiedad y los síntomas depresivos; de hecho, algunas estimaciones sugieren que más del 40% de los estadounidenses experimentan estos síntomas en algún grado durante los meses de invierno.
Los científicos vinculan el TAE y los aumentos más generales de la depresión en el invierno con una menor exposición a la luz solar, lo que conduce a niveles más bajos del neurotransmisor serotonina. De acuerdo con la idea de que la luz solar desempeña un papel clave, el TAE tiende a ser más común en las regiones más septentrionales del mundo, como Escandinavia y Alaska, donde los días son más cortos y los inviernos más largos.
Los humanos, por muy especiales que seamos, no somos los únicos que muestran algunos de estos cambios estacionales. Por ejemplo, nuestro pariente primate, el macaco Rhesus, muestra descensos estacionales del estado de ánimo.
Algunos científicos han observado que el TAE muestra muchos paralelos con la hibernación: la larga siesta durante la cual los osos pardos, las ardillas terrestres y muchas otras especies reducen su metabolismo y se saltan lo peor del invierno. El trastorno afectivo estacional puede tener sus raíces en adaptaciones que conservan energía en una época del año en la que los alimentos normalmente escaseaban y cuando las temperaturas más bajas plantean mayores demandas energéticas para el cuerpo.
El invierno es bien conocido como una época del año en la que muchas personas aumentan algunos kilos de más. Las investigaciones sugieren que las dietas son peores y las cinturas más grandes durante el invierno. De hecho, una revisión reciente de estudios sobre este tema encontró que el aumento de peso promedio durante la temporada navideña es de alrededor de 0,5 a 1,3 kilogramos, aunque las personas con sobrepeso u obesidad tienden a ganar más.
Es probable que con el aumento de peso de fin de año ocurran más cosas que simplemente darse un capricho excesivo con abundantes delicias navideñas. En nuestro pasado ancestral, en muchos lugares, el invierno significaba que los alimentos escaseaban. Las reducciones del ejercicio durante el invierno y los aumentos en la cantidad y lo que comen las personas pueden haber sido una adaptación evolutiva a esta escasez. Si los ancestros que tuvieron estas reacciones a ambientes más fríos e invernales tuvieran ventaja, los procesos evolutivos garantizarían que las adaptaciones se transmitieran a sus descendientes, codificadas en nuestros genes.
Sexo, generosidad y concentración
Más allá de estos cambios de humor y cintura relacionados con el invierno, la estación trae consigo una serie de otros cambios en la forma en que las personas piensan e interactúan con los demás.
Un efecto estacional menos discutido es que la gente parece volverse más juguetona en los meses de invierno. Los investigadores lo saben por los análisis de las ventas de condones, las tasas de enfermedades de transmisión sexual y las búsquedas de pornografía y prostitución en Internet, todos los cuales muestran ciclos bianuales, que alcanzan su punto máximo a fines del verano y luego en los meses de invierno. Los datos sobre las tasas de natalidad también muestran que en Estados Unidos y otros países del hemisferio norte, es más probable que los bebés sean concebidos en los meses de invierno que en otras épocas del año.
Aunque este fenómeno se observa ampliamente, el motivo de su existencia no está claro. Los investigadores han sugerido muchas explicaciones, incluidas ventajas para la salud de los bebés nacidos a finales del verano, cuando históricamente la comida puede haber sido más abundante, cambios en las hormonas sexuales que alteran la libido, deseos de intimidad motivados por la temporada navideña y simplemente mayores oportunidades para tener relaciones sexuales. Sin embargo, es probable que los cambios en las oportunidades sexuales no sean toda la historia, dado que el invierno no sólo trae consigo un aumento de los comportamientos sexuales, sino también un mayor deseo e interés en el sexo.
El invierno aumenta algo más que el deseo sexual. Los estudios encuentran que durante esta época del año, a las personas les puede resultar más fácil prestar atención en la escuela o el trabajo. Neurocientíficos de Bélgica descubrieron que el rendimiento en tareas que medían la atención sostenida era mejor durante el invierno. Las investigaciones sugieren que los cambios estacionales en los niveles de serotonina y dopamina impulsados por una menor exposición a la luz del día pueden ayudar a explicar los cambios en la función cognitiva durante el invierno. Una vez más, existen paralelismos con otros animales: por ejemplo, los ratones rayados africanos navegan mejor por los laberintos durante el invierno.
Y también puede haber algo de verdad en la idea de un espíritu navideño generoso. En los países donde la festividad se celebra ampliamente, las tasas de donaciones caritativas tienden a mostrar un aumento considerable en esta época del año. Y la gente se vuelve más generosa y deja alrededor de un 4% más para los camareros durante la temporada navideña. Es probable que esta tendencia no se deba a entornos nevados o días más oscuros, sino más bien a una respuesta a los valores altruistas asociados con las fiestas de invierno que fomentan comportamientos como la generosidad.
La gente cambia con las estaciones
Como muchos otros animales, nosotros también somos criaturas estacionales. En invierno, la gente come más, se mueve menos y se aparea más. Es posible que se sienta un poco más triste, al mismo tiempo que sea más amable con los demás y le resulte más fácil prestar atención. A medida que los psicólogos y otros científicos investigan este tipo de efectos estacionales, puede resultar que los que conocemos hasta ahora sea sólo la punta del iceberg.
Fuente: The Conversation/ Traducción: Mara Taylor