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¿Los animales piensan en la muerte?

Publicado el

por Dan Falk

Nuestra relación con la muerte es compleja. A nivel intelectual, entendemos nuestra mortalidad, pero hacemos todo lo posible por desterrar esa idea de nuestra mente. En la mayoría de las circunstancias, es un tema tabú de conversación. Al mismo tiempo, tenemos elaborados rituales en torno a la muerte, que inspira todo tipo de arte, literatura, música y más (pensemos en el discurso “Ser o no ser” del Príncipe Hamlet, el “Réquiem” de Mozart y la Gran Pirámide de Giza).

¿Y qué pasa con nuestros primos animales? Cuando Charles, un gorila occidental de llanura, murió en el Zoológico de Toronto el año pasado, ¿sus compañeros primates lamentaron su muerte? ¿Qué piensa una gacela cuando un miembro de su manada se convierte en la cena de un león? Preguntas como estas han estado muy presentes en la mente de la filósofa española Susana Monsó, cuyo libro, La zarigüeya de Schrödinger: Cómo viven y entienden la muerte los animales, invita al lector a pensar en la muerte desde el punto de vista de las criaturas con las que compartimos el planeta.

Aunque Monsó es filósofa, su investigación se basa en estudios empíricos de diversas disciplinas científicas. Ser filósofa puede incluso darle una ventaja, ya que le permite incorporar conocimientos de muchos campos diferentes. La filosofía de las mentes animales es una disciplina relativamente joven, pero valiosa, sostiene Monsó, ya que “trabaja en diálogo con la ciencia, reflexionando sobre las metodologías con las que estudiamos el comportamiento y la cognición de otras especies, identificando posibles sesgos y tratando de proporcionar claridad conceptual”.

El primero de estos posibles sesgos es el antropocentrismo, la tendencia a ver todo desde una perspectiva humana. Muchos estudios se han centrado en el duelo, señala Monsó, porque los humanos sufren, pero rechaza la idea de que la reacción de un animal ante la muerte debe ser similar a la humana para ser interesante.

Luego está el antropomorfismo, la tendencia a otorgarle a un animal (u otro no humano) una cualidad humana de la que puede carecer (esta es una característica cotidiana de la ficción, desde Rebelión en la granja de George Orwell hasta la capacidad de Snoopy para luchar contra el Barón Rojo). Sin embargo, la tendencia opuesta también puede ser un problema: la autora nos advierte contra la antropectomía, la negación errónea de una característica similar a la humana que un animal puede realmente poseer. “Ambos errores son igualmente graves y no hay razón para temer uno más que el otro”, escribe Monsó. “Ambos son descripciones falsas de la realidad”.

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Con estas advertencias en mente, ¿qué podemos concluir de la miríada de reacciones a la muerte que se pueden observar en el mundo animal?

Foto: Andreas.

Monsó señala que algunas de estas reacciones ocurren en piloto automático, por así decirlo. Las hormigas, por ejemplo, eliminarán una hormiga muerta de su nido (un comportamiento conocido como necroforesis), pero parecen estar simplemente respondiendo a una sustancia química emitida por el cadáver. Esto se ha comprobado aplicando una gota de ácido oleico a una hormiga viva, lo que hace que sus compañeras la traten como si estuviera muerta.

Los chimpancés, en cambio, muestran una diversidad mucho mayor de reacciones ante la muerte. Monsó describe cómo reaccionaron los chimpancés de un santuario ante la muerte de un adolescente de su grupo. “Algunos chimpancés inspeccionaron el cadáver con aparente interés”, escribe. “Otros simplemente se sentaron alrededor del cuerpo y lo observaron en silencio. Algunos emitieron gritos de alarma. Otros reaccionaron de forma agresiva, realizando exhibiciones de dominio e incluso atacando los restos”. Más tarde, a la hora de comer, la mayoría de los chimpancés abandonaron el lugar; sólo una madre y su hija, que habían estado cerca del chimpancé que murió, permanecieron junto al cadáver. Monsó dice que estos son ejemplos de “reacciones cognitivas” ante la muerte, en contraste con las “reacciones estereotipadas” observadas en las hormigas.

Los argumentos son a veces bastante sutiles. Por ejemplo, para entender la idea de que la muerte es irreversible, ¿debe una criatura tener alguna conciencia del pasado y del futuro? No necesariamente; Monsó cree que los dos conceptos pueden considerarse independientes entre sí. Escribe: “Esto se debe a que procesar la irreversibilidad no es nada más que la recategorización de un animal de la clase de individuos de los que uno espera las funciones típicas de su especie a la clase de individuos de los que uno no espera estas funciones”. Esta recategorización es crucial, explica, ya que permite a un animal distinguir entre un animal que simplemente está dormido, o en algún otro estado latente, de uno que está muerto.

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Cada capítulo es fascinante, pero el penúltimo capítulo, sobre la violencia y la depredación, es especialmente interesante. Primero, Monsó nos recuerda que, si bien la muerte a menudo ocurre fuera de la vista en el mundo humano, esto está lejos de ser el caso entre los animales no humanos. Y el asesino puede ser un miembro de la propia especie: los chimpancés y otros primates atacan los territorios de otros chimpancés; también se sabe que se unen para matar a su propio miembro alfa.

Monsó señala las formas en que ciertos animales evaden a los depredadores, incluida la zarigüeya que da título al libro. Si bien muchos animales tienen la capacidad de dejar de moverse y parecer paralizados cuando se sienten amenazados (lo que los biólogos llaman inmovilidad tónica), ciertos animales, como la zarigüeya, pueden ir mucho más allá y realizar elaboradas exhibiciones de “hacerse el muerto”, un fenómeno conocido como tanatosis. Monsó describe la actuación de la zarigüeya en detalle. El animal se acurruca, con los ojos y la boca abiertos y la lengua colgando. “En esta postura, deja de responder al mundo y comienza a salivar, orinar, defecar y expulsar una sustancia verde de olor repugnante de sus glándulas anales”.

Es importante destacar que la zarigüeya probablemente no entiende que se está haciendo la muerta; solo está actuando una respuesta evolucionada, como las hormigas que sacan una hormiga muerta del hormiguero. Monsó explica la ventaja de supervivencia que esta capacidad confiere a la zarigüeya: durante millones de años, las zarigüeyas más capaces de fingir estar muertas habrían tenido más probabilidades de sobrevivir a un encuentro con un depredador peligroso. Pero, fundamentalmente, el depredador debe tener alguna concepción de la muerte para elegir no comer a la zarigüeya que actúa como muerta. Monsó escribe: “La zarigüeya puede no tener un concepto de la muerte, pero podemos estar bastante seguros de que al menos algunos de los animales que intentaron alimentarse de ella a lo largo de la historia evolutiva sí lo tenían”.

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Charles Darwin una vez describió su obra maestra El origen de las especies como “un largo argumento” sobre el papel de la selección natural en la evolución. Si bien Monsó no menciona a Darwin, la estructura de su libro parece reflejar el tipo de argumentación paso a paso que se encuentra en Origen. Capítulo por capítulo, la autora expone el caso de que los animales tengan alguna concepción de la muerte, afinando gradualmente cuál es esa concepción y cómo puede variar de una especie a otra.

A riesgo de revelar el final, Monsó concluye que puede haber ciertos aspectos de la comprensión de la muerte que son exclusivos de nuestra especie. Uno de ellos es la comprensión de la inevitabilidad de la muerte (no sólo sabemos que las criaturas pueden morir, sino que nosotros mismos moriremos en algún momento); otro es la imprevisibilidad de la muerte (en general, no sabemos de antemano con precisión cuándo moriremos). Aun así, estamos lejos de ser la única criatura que tiene cierta conciencia de la fragilidad de la vida. El concepto de muerte, sugiere, “es mucho más fácil de adquirir de lo que se ha supuesto habitualmente y es probable que esté muy extendido en el reino animal”.

Muchos visitantes del zoológico probablemente se hayan preguntado en algún momento: “¿En qué están pensando? ¿Cuánto entienden sobre sus vidas?”. Si bien nunca podemos entrar realmente en la cabeza de otra criatura, el libro hace un trabajo admirable al iluminar una faceta específica de la conciencia animal. Es una de esas raras obras de no ficción que harán que algunos lectores digan: “¿Por qué nadie escribió este libro antes?”.

Undark. Traducción: Maggie Tarlo.

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