por Tara Valencia
El sectarismo político está destrozando Estados Unidos como un contagio. En la ciudad más grande y dinámica del país, Nueva York, los síntomas están en todas partes: las familias partidas por la política, los grupos de amigos divididos y los lugares de trabajo sofocados por la autocensura ideológica. En cada ciclo electoral, las líneas divisorias se vuelven aún más claras, cortando nuestras comunidades, nuestras relaciones y nuestra ciudad. Y es hora de decirlo sin rodeos: a la mierda el sectarismo. La solución comienza con rechazar esta mentalidad tóxica y abrazar el verdadero espíritu de Nueva York, uno que prospera con la diversidad, la resiliencia y la acción colectiva.
Nueva York siempre ha sido un faro del pluralismo, un lugar donde las personas de todos los ámbitos de la vida se unen. Pero incluso aquí, el sectarismo político ha convertido a los vecinos en enemigos, fomentando sospechas e intolerancia. Cada lado acusa al otro de poner en peligro la democracia, lo que lleva a una mentalidad de “nosotros contra ellos” que erosiona el tejido de nuestra ciudad. El mosaico único de las perspectivas que siempre ha sido la fuerza de Nueva York ahora enfrenta una amenaza existencial.
No es como si bruscamente estuviéramos más en desacuerdo que en el pasado. La división de hoy se trata de identidad. Es cultural, es personal y está impulsada por un ecosistema de redes políticas, mediáticas y sociales que se benefician de esa división. Como resultado, republicanos y demócratas ya no se ven como oponentes políticos, sino como amenazas existenciales para los valores y la forma de vida de los demás. Es un problema de inversión emocional: estamos tan envueltos en vernos como villanos que no podemos considerar que, al final del día, todos somos neoyorquinos: incompletos, movilizados y, sobre todo, resistentes.
Las implicaciones para estas elecciones presidenciales son escalofriantes. Los candidatos, los estrategas y los medios de comunicación usan deliberadamente estas llamas, se valen de todos los problemas concebibles (inmigración, educación, crimen) como otra razón para volvernos unos contra otros. Este ambiente fracturado no solo amenaza nuestro discurso político; amenaza nuestra estabilidad social. Es una situación en la que, como señaló recientemente un periodista, “ganar” no se trata de política; se trata de silenciar o eliminar al otro lado por completo. Este tipo de mentalidad de suma cero es indigna de Nueva York, y es indigna de Estados Unidos.
Pero si alguna ciudad puede salir de este desastre es Nueva York. Los neoyorquinos saben lo que significa trabajar uno al lado del otro con personas que no miran, piensan o viven de la misma manera. La mayor fuerza de la ciudad siempre ha sido su tolerancia, su apertura y su obstinada resistencia a la homogeneidad. Esa es precisamente la razón por la que necesitamos rechazar el sectarismo, y reclamar nuestro derecho a estar en desacuerdo sin destrozarnos.
Entonces, ¿cómo puede Nueva York marcar la diferencia en este panorama político fracturado? Primero, al negarse a jugar ese juego. Necesitamos elegir líderes que estén dispuestos a unir las divisiones, no a profundizarlas, y exigir que los medios de comunicación que cubran Nueva York reflejen los valores de la ciudad en lugar del sensacionalismo que nos mantiene haciendo clic y enfurecidos. Más allá de eso, debemos resistir activamente el impulso de ver a nuestros compañeros neoyorquinos como enemigos basados en su registro de votación o creencias políticas. En lugar de centrarnos en la pureza ideológica, centrémonos en lo que podemos lograr juntos, independientemente de las líneas del partido.
Es hora de terminar este ciclo tóxico, comenzando aquí en Nueva York. Si nuestra ciudad puede volver a sus raíces de resiliencia, pluralismo y tolerancia, entonces puede servir como modelo para la nación. Porque si continuamos por el camino del sectarismo, corremos el riesgo de perder todo lo que hace que Nueva York sea única. Por nuestro bien, es hora de decirlo fuerte y claro: a la mierda el sectarismo. Reconstruyamos nuestra comunidad, una conversación, un compromiso y un acto de unidad a la vez.