por Haley Bliss
Hubo un tiempo en que todo sitio tenía uno. No un manager de producto, ni un consultor de UX, ni un growth lead, sino un webmaster. Una sola persona, quizás con una coleta, con acceso por FTP y control casi divino sobre el contenido y el código de todo un dominio. El título en sí era una fanfarronería nerd (maestro de la web), una promesa de dominio técnico con un dejo de misticismo. Dominaban la web: sus servidores, sus scripts, sus hojas de estilo. Pero el webmaster ya no está, relegado a los tablones de empleo de fines de los 90, un fantasma en la máquina. El mundo digital, como todo mundo social, muda de piel. Y el webmaster se volvió su fósil totémico, atrapado en ámbar, favicon de carita sonriente intacto.
El webmaster era una figura de centralidad mítica. Cada pueblo, cada institución con un “.org”, tenía uno. Como el chamán, manejaba fuerzas invisibles que nadie más comprendía del todo. Custodiaba los secretos de los includes en PHP y maldecía el CSS roto. Hablaba en lenguas antiguas: Perl, Dreamweaver. Tenía el poder de invocar gifs de “En Construcción” y desterrar al temido Comic Sans. Su correo, muchas veces, era webmaster@[tudominio]. Un rol de anonimato y poder absoluto. Nadie sabía del todo qué hacía, pero todos lo necesitaban.
El final empezó en silencio, como empiezan casi todos los finales. Primero llegaron las plantillas, las plataformas de blogs, los WYSIWYG. Después WordPress, Drupal, Joomla, nombres que suenan a muebles de Ikea pero funcionaron como golpes de Estado tecno-políticos. De a poco, la web se democratizó, o al menos se volvió más consumible. El código que antes exigía obediencia ahora podía arrastrarse, soltarse y descartarse. No hacía falta un maestro de la web cuando la interfaz te tomaba de la mano. El CMS reemplazó al webmaster no con otra persona sino con un proceso: fragmentado, modular, subcontratado hasta casi volverse invisible.
Hoy las responsabilidades que antes recaían en el webmaster se fragmentaron en una burocracia de roles de nicho: front-end developer, content strategist, especialista en SEO, consultor de accesibilidad. Cada cual una pieza de una máquina que el webmaster antes manejaba solo, como un artesano reemplazado por la línea de montaje. La desaparición del webmaster no fue solo un cambio de puesto; fue el aplanamiento de toda una cultura digital. Del oficio al cumplimiento. De la curiosidad al product-market fit.
Incluso su defunción fue burocrática. En 2020, Google rebautizó sus “Webmaster Tools” como “Search Console”, en un gesto que pareció menos una actualización que un funeral silencioso. Nadie lo notó. El webmaster no fue tendencia en Twitter. No se escribieron ensayos. Su partida fue limpia, optimizada algorítmicamente, olvidada con cortesía.
Hay algo casi sagrado en ese borramiento. Tratamos la obsolescencia tecnológica como una evolución naturalizada, como si lo nuevo siempre tuviera derecho a matar lo viejo. Pero el desplazamiento del webmaster no fue inevitable. Fue ideológico. Marcó la apropiación corporativa de la infraestructura creativa de la web. El webmaster, con todas sus fallas y rarezas, representaba una forma de soberanía: una persona, un servidor, una visión. En su lugar, ahora tenemos herramientas más fáciles, más seguras y mucho más aburridas. Un sitio hecho en Wix carga más rápido, sí, pero no tiene alma. Y nadie llama “maestro de la web” al soporte técnico.
Por supuesto, la nostalgia es peligrosa. La web temprana era excluyente, elitista, muchas veces fea. Pero también era rara. Rara como son raras las culturas antes de ser mercantilizadas. El webmaster era un guardián, sí, pero también un explorador. Hoy el paisaje digital ha sido completamente cartografiado, domesticado y convertido en un suburbio SaaS. Vivimos en un mundo de hosting administrado, integraciones de terceros y logins sin fin. Sin FTP, sin acceso a consola, solo APIs y botones de “solicitar acceso”.
Al final, el webmaster fue una figura de transición, una entidad liminal atrapada entre jerarquías mediáticas viejas y regímenes digitales nuevos. No del todo periodista, no del todo ingeniero, no del todo artista, pero un poco de los tres. Un híbrido mítico. Un sacerdote accidental del internet temprano, perdido en el remolino de sprints y OKRs trimestrales. Si el webmaster parecía antiguo incluso en su mejor momento es porque la web siempre estuvo acelerando hacia algo más frío, más pulido y mucho más educado.
Así que levantemos un link roto en su honor. No porque fueran perfectos, sino porque eran humanos. Porque sabían que todo el sitio podía caerse con una sola subida equivocada. Porque estaban ahí, detrás de escena, parchando huecos de seguridad a las tres de la mañana, publicando changelogs crípticos, sosteniendo en silencio toda la infraestructura. Nunca los viste, pero internet solía estar llena de sus huellas digitales.
Ahora las páginas cargan más rápido. Pero, ¿quién las está mirando?
The Human Thread. Traducción: Francis Provenzano