Fue en 2012 que la Liga Mayor de Baseball publicó un anuncio que mostraba a generaciones de padres compartiendo el adorado pasatiempo estadounidense con sus hijos. Pero ya era demasiado tarde: en 2012, el precio promedio de los boletos para la Serie Mundial era de casi 1.000 dólares, en comparación con solo 2 dólares por los mismos asientos en 1963. El costo para que dos personas asistieran incluso a un juego de béisbol común y corriente en 2016 era de casi 80 dólares, con 6 dólares por cerveza, casi 5 dólares por un hot-dog y 16 dólares para estacionar el automóvil.
Usar el estatus cultural del béisbol para explotar a los fanáticos es parte de una larga y oscura tendencia: la tendencia a ordeñar a las masas por lo que aparentemente pertenece a todos. En la Edad Media, los quaestores (perdonadores) otorgaban indulgencias a los seguidores de la Iglesia Católica, que se creía que disminuían los castigos por los pecados de uno. Al principio, las indulgencias se otorgaban por actos de piedad y oración, pero, con el tiempo, los miembros de la Iglesia vendían los perdones por dinero. Esta práctica se volvió tan común, y los precios tan extremos, que la Reforma protestante fue, en parte, galvanizada por la indignación de Martín Lutero por esta industria de la Iglesia.
La inasequibilidad de la salvación continúa hasta el día de hoy. Se puede ver un peaje considerable en el precio de los alimentos. Pagamos por creer: la carne kosher cuesta un 20 por ciento más que la carne no kosher. Pagamos por la salud: la exposición a los pesticidas puede aumentar el riesgo de desarrollar cánceres como el mieloma múltiple; sin embargo, los alimentos orgánicos tienen un margen de beneficio sustancial, a veces hasta el doble o más que las variedades no orgánicas. Pagamos por la ética: en la Unión Europea, los huevos están marcados para saber si provienen de gallinas enjauladas (abusivas), gallinas criadas en semilibertad (mejor) o criadas en libertad (donde pueden caminar, en su mayoría, libres). Los huevos orgánicos de granja son los más costosos de todos.
Los monopolios culturales, religiosos y culinarios se pueden encontrar en cualquier país. Los trabajadores de la construcción de los Juegos Olímpicos de Brasil 2016 se quejaron de que no podían pagar las entradas para ninguno de los eventos. Sin embargo, los dueños de equipos deportivos pueden obtener cientos de millones en ganancias cada año.
Las entradas para el Museo de Arte Moderno de Nueva York cuestan 25 dólares para adultos, lo que, como argumenta Michael Rushton, profesor de administración de las artes en la Universidad de Indiana en Bloomington, es mucho menos costoso que una noche en la Filarmónica de Nueva York o la Ópera Metropolitana. Sin embargo, la comparación solo revela la ceguera de la élite: sí, la ópera es costosa, pero ¿significa eso que 50 dólares es una forma asequible para que dos estudiantes universitarios, o dos baristas, pasen la tarde?
En Londres, algunos de los museos más impresionantes del mundo son gratuitos para todos. La serie Shakespeare in the Park de Public Theatre presenta las mejores obras del mundo a cambio de nada en el Central Park de Nueva York. Sin una vigilancia constante, la cultura se aleja lentamente de nosotros: en 1972, el Museo de Arte Moderno de Nueva York era gratuito, aunque podías donar lo que quisieras.
Sin acceso público, una cultura se vuelve muerta, un caparazón inerte que sirve como cómplice para obtener ganancias, mientras que es demasiado enrarecida y remota para prosperar. Los quaestores de los tiempos modernos utilizan la salud, la religión y el acceso al deporte y al arte como los de la Edad Media utilizaban la salvación: para explotar a las personas valorando demasiado lo que valoran. Solo al exponer estos monopolios culturales podemos evitar que lo que apreciamos se escape de nuestro alcance.
Fuente: Aeon/ Traducción: Mara Taylor