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Otro record para Nueva York

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por Tara Valencia

El otro día leía sobre un tipo que batió el record de comer en la mayor cantidad de restaurantes con estrellas Michelin en un solo día. El tipo es un flamante residente neoyorquino y en Nueva York tenemos más de setenta restaurantes con estrellas Michelin, así que ya podemos proclamar, incluso celebrar, que nuestra ciudad ostenta otro record en los libros de hazañas mundiales. Y seguro que la mayoría ni enterados. Deberíamos haber arrojado fuegos artificiales y organizado un desfile. ¿Dónde estaba el alcalde Adams? ¿Por qué no le otorgó la llave de la ciudad al tipo?

El tipo es un consultor informático en la mitad de su treintena. Dijo que lo más complicado fue hacer las reservas y planificar el itinerario para comer en dieciocho restaurantes en veinticuatro horas. Dijo que esa planificación le demandó catorce meses. Dijo que ya batió otros records, como algo con pelotas de tenis que no entendí, y que no consiguió batir otros records, como algo con Dragon Ball que tampoco entendí. Dijo que espera que en su próximo record lo acompañe su novia. Estos tipos parecen siempre muy apresurados en aclarar que tienen novia.

Al final su hazaña fue reconocida por el Libro Guinness de Récords Mundiales. Impreso en letra de molde. En serio que debimos haber organizado un desfile. Con fuegos artificiales. Y el discurso del alcalde.  

Ahora bien, escribo sobre este buen hombre y sus dieciocho comilonas en restaurantes con estrellas Michelin por dos razones. La primera razón es metodológica. Por así llamarla. Es una pregunta. ¿Cómo se establecen las reglas para los records que deben ser quebrados, registrados y celebrados? A mí no se me habría ocurrido batir el record de comer en restaurantes con estrellas Michelin. De hecho me costaría conseguir reserva. Sin mencionar lo que me costaría pagar la cuenta. Pero, ¿cómo se establece la naturaleza de la prueba a superar? Si a mí se me ocurre ―no sé― romper el record de abrir y cerrar la puertita de la expendedora verde del Chelsea News que está en la esquina de la Séptima y la Catorce en el tiempo que dura el álbum Chilombo de Jhené Aiko (son 63 minutos con 26 segundos), ¿eso vale como record? Estoy segura de que nadie más se lo propuso antes. Y que, si soy la primera, no puedo perder. Aunque sólo abra la puertita una vez, la habré abierto más veces que el desafiante anterior, que por definición es cero. ¿Por qué debería haber un record de comer en restaurantes con estrellas Michelin y no un record de abrir y cerrar la puertita del Chelsea News de la Séptima y la Catorce mientras suena Chilombo de Jhené Aiko? Si mañana me ven haciéndolo, ya saben: es para sumarle otro logro a la ciudad.

Más en New York Diario:  Comer, dormir y sobrevivir en refugios de Nueva York

La segunda razón es práctica. Escribo sobre este buen hombre para compartir con alguien más el repentino golpe de saberme fuera de lugar. Desplazada o atontada. Justo después de leer sobre el record de dieciocho comilonas en restaurantes Michelin, leí sobre los preparativos para el conteo anual de gente sin hogar que vive en las calles, el metro y otros lugares públicos de la ciudad. Que no es, por supuesto, la única gente sin hogar en Nueva York. En 2022 se estimó que había 3439 personas sin hogar viviendo en lugares públicos de la ciudad. Estas 3439 personas deben sumarse a las 67.880 personas sin hogar ―adultos y niños― que duermen en refugios del Departamento de Servicios para Personas Sin Hogar. Que se suman a otras miles de personas que duermen en refugios administrados por otras agencias de la ciudad. Hablamos de ¿cuántas? ¿70.000 0 75.000 personas sin la seguridad de que esta noche tendrán un plato de comida y un techo prestado sobre sus cabezas? Es la población de una ciudad pequeña. Lo que me atontó, creo, fue la casualidad de una palabra en común. El título de lo que estaba leyendo decía que el número de adultos sin hogar en refugios de Nueva York marca un nuevo record.

Otro nuevo record.

Para ponerlo junto al record del tipo que esperaba su ensalada de palta grillada en Le Pavillon y miraba el reloj para saber si llegaría a los otros diecisiete restaurantes. Nuestra ciudad está hecha de estas hazañas mundiales. Arrojemos fuegos de artificio y esperemos los desfiles.

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