HomeCULTURASMÚSICAOzzy, el murciélago, el sillón y el perro ladrador

Ozzy, el murciélago, el sillón y el perro ladrador

Publicado el

por Dan Cappo

Ozzy Osbourne fue una contradicción perfectamente diseñada para la máquina que habitaba. Un producto de la Inglaterra de posguerra y un profeta de la América posmoderna. Cantaba sobre la locura y la guerra, después se casó con Sharon y dejó entrar a MTV en su casa. No debería haber funcionado. Funcionó. Fue lo que Guy Debord nos advirtió y lo que Walter Benjamin tal vez habría admirado en secreto: el aura reproducible, el fantasma mecánico con un timbre en la voz y un espasmo en los dedos.

Pero antes de todo eso, antes del murciélago, el sillón y el perro que ladraba todo el tiempo, Ozzy fue el aullido que emergía de la niebla industrial de Birmingham. Black Sabbath no fue una banda: fue un evento geológico, una vibración sonora en las ruinas de la Gran Bretaña postindustrial. No inventaron el heavy metal, lo encontraron por accidente, como mineros que rompen la pared equivocada y descubren una caverna que nunca debió abrirse. Esos primeros discos (Paranoid, Master of Reality, Vol. 4) no eran solo música, sino residuos. El sonido de la ansiedad de clase y la corrosión espiritual, del miedo protestante electrificado y distorsionado hasta alcanzar una forma de majestad espectral.

Hay algo bochornoso en lo mucho que quisieron cancelar al heavy metal en los años ochenta. Como si un pánico moral pudiera contener una frecuencia, como si el verdadero peligro no fuera el ruido, sino el mundo que lo hacía inevitable. Ozzy le dio a ese mundo una banda sonora: no una canción de protesta, sino una atmósfera. No te decía que lucharas contra el sistema; te mostraba lo que el sistema ya te había hecho. Fábricas oxidadas, malos viajes, mentes rotas, iglesias vacías. No inventó el metal —nadie lo hizo del todo—, pero le dio una voz, una mirada, una carcajada, un grito. Y décadas después, le dio un sillón.

Más en New York Diario:  Cuando Ella Fitzgerald le cantaba a la cocaína de Nueva York  

Es fácil no entender The Osbournes si no estuviste ahí. Si creciste con influencers llorando frente a aros de luz, podrías pensar que Ozzy fue solo un meme temprano. Pero no lo fue. Fue la bisagra, el punto de cruce, el momento en que la cultura del ruido anti-autoritaria dejó de resistir y empezó a reírse. No se vendió, más bien, se volvió espectro. Se volvió contenido sin dejar de ser crítica. El hombre que una vez mordió la cabeza de un murciélago ahora deambulaba por su mansión murmurando sobre el control remoto.

Ozzy entendía la performance de un modo que casi nadie ha entendido jamás. No como teatro, ni como marca, sino como fantasmagoría. El yo como transmisión. No manipulaba el espectáculo: vivía en él. No criticaba el sistema desde afuera: se fundía con él, se emitía a través de él, lo daba vuelta. Y sin embargo, contra toda lógica, seguía ahí. No intacto, ni indemne, pero presente, como los fantasmas: distorsionado, desplazado, pero aún reconocible. Se oía en su voz —todavía— algo salvaje y frágil, como un cuento de hadas narrado a través de un parlante roto.

Ozzy no era el mejor cantante. Ni el frontman más ingenioso. Ni escribía las letras más interesantes. Pero nada de eso importaba, porque era la figura exacta en la decadencia exacta. Eso es lo que demanda la cultura en su fase terminal: no virtuosismo, sino señal. No maestría, sino aura. Y Ozzy la tenía, antes de que supiéramos nombrarla. Y cuando supimos, él nos ayudó a usarla, no por cinismo sino por instinto, como un animal que aprende a moverse entre la radiación. Fue un objeto encantado en el museo del capitalismo. Y bailó.

Ahora se fue, lo que significa que ya podemos mitologizarlo en paz. Pero la verdad es que siempre fue mito. Existía más plenamente en los surcos del vinilo y en las señales de transmisión que en cualquier forma humana. Fue marca, recuerdo, chiste de padres, falla, advertencia. Fue lo que pasa cuando el sistema intenta parodiarse a sí mismo y, sin querer, produce un ícono. Era gracioso. Era aterrador. Estaba agotado. Estaba en el escenario incluso cuando no sabía dónde estaba el escenario. Y lo queremos por todo eso, no a pesar del absurdo, sino, justamente, por el absurdo.

Más en New York Diario:  El sándwich oficial de Taylor Swift

En inglés. Traducción: Mara Taylor

Últimos artículos

Arte en Nueva York

por Camille Searle El arte en Nueva York nunca es solo arte. Es infraestructura, bienes...

Art in New York

by Camille Searle Art in New York is never just art. It is infrastructure, real...

Amar la costa es amar algo ya medio perdido

por Maggie Tarlo La marea baja y deja atrás un mundo secreto. En Pawleys Island la...

Loving a Shore Half Gone

by Maggie Tarlo The tide goes out and leaves behind a secret world. At Pawleys Island...

Un espacio valiente

por Augusta Warton El mismo día que Kristi Noem, jefa de Seguridad Nacional de Trump,...

Tres lecciones de Katrina

por Eric Kevin Stern El huracán Katrina ocupa un lugar importante en la historia de...

¿Por qué no podemos ser Noruega?

por Rod McCullom En enero, la Federación de Carreteras de Noruega publicó una estadística que...

Croissants sin fronteras

por Camille Searle Los neoyorquinos están convencidos de haber inventado todo. El bagel, la porción...

Croissants Without Borders

by Camille Searle New Yorkers are convinced they invented everything. The bagel, the dollar slice,...

Croissants sans frontières

par Camille Searle Les New-Yorkais sont persuadés d’avoir tout inventé. Le bagel, la part de...

El núcleo del subconsumo

por Omar H. Fares y Seung Hwan (Mark) Lee Una nueva tendencia de TikTok llamada...

La calculadora escribe mejor que tú

por Alexandra Cage Están usando ChatGPT. Lo sé. Lo sé porque sé leer. Porque llevo años...

The Calculator Writes Better Than You Do

by Alexandra Cage They’re using ChatGPT. I know. I know because I can read. Because I’ve...

¿ChatGPT nos está volviendo estúpidos?

por Aaron French En 2008, la revista The Atlantic provocó controversia con una provocadora historia...

Las guerras culturales acerca de los derechos de la IA

por Conor Purcell Antes de lo que pensamos, la opinión pública va a divergir ideológicamente...

Sigue leyendo

Arte en Nueva York

por Camille Searle El arte en Nueva York nunca es solo arte. Es infraestructura, bienes...

Art in New York

by Camille Searle Art in New York is never just art. It is infrastructure, real...

Amar la costa es amar algo ya medio perdido

por Maggie Tarlo La marea baja y deja atrás un mundo secreto. En Pawleys Island la...