por Marcelo Pisarro
La primera oración de Cómo mienten los mapas, el libro de 1991 del geógrafo Mark Monmonier, debería registrarse en la próxima edición de los anales de mejores primeras oraciones de libros: “No sólo es fácil mentir con mapas, es esencial”. Provoca el mismo efecto que otras grandes primeras oraciones de libros. “Odio los viajes y a los exploradores”, por ejemplo, la primera oración de Tristes trópicos, el libro de viajes y exploraciones de 1955 del antropólogo Claude Lévi-Strauss. O esta otra de Stephen King en Mientras escribo, su ensayo de 1999 sobre escritura: “Este es un libro breve porque la mayoría de los libros sobre escritura están llenos de boludeces”. En realidad ésta no es la primera oración del libro, sino la primera oración del segundo prólogo. Pero merecería ser la primera a secas.
No sólo es fácil mentir con mapas. También es fácil mentir con escritos sobre música. La excusa para considerarlo esencial podría ser la misma que usó Monmonier para explicar, acaso justificar, por qué los mapas mienten. Si se pretende evitar que la información crítica quede oculta en una niebla de detalles, los mapas deben ofrecer una visión parcial, incompleta y selectiva. Es la paradoja cartográfica: para presentar una imagen útil y veraz del terreno cartografiado, un mapa preciso debe valerse de mentiras piadosas.
Escribir sobre música se le parece: hay que usar mentiras piadosas para comunicar la sorpresa del acontecimiento. Hay que valerse de representaciones parciales, incompletas y selectivas. En música, y probablemente en cualquier otra cosa, las formas de conocer no son independientes de las formas materiales en que se adquiere el conocimiento. Al escribir con ese conocimiento adquirido, al transcribirlo, o inscribirlo, al moverlo entre lenguajes, esas formas materiales de adquirir el conocimiento están ausentes de la experiencia de quienes leen. La tarea de quien escribe consiste en recuperar esas condiciones, o evocarlas, mantenerlas en el horizonte, filtrarlas a cuentagotas o arrojarlas de un baldazo, y conseguir que una textura, una cualidad, una sensación, una sospecha, un matiz, un timbre o una inflexión queden contenidas por una palabra. Por eso suele decirse que escribir sobre música es imposible, que es como bailar sobre arquitectura, y demás. Pero vamos. Escribimos sobre partículas subatómicas, homeomorfismo, cromosomas, cuásares y dominio de factorización única. Escribir sobre música no debería ser mucho más difícil. Al menos podría hacérselo sin tanta queja. Es el mejor trabajo del mundo. O el segundo. Las partículas subatómicas también pueden ser geniales.
Pasajes sonoros es un libro sobre acontecimientos musicales: canciones, atmósferas, tradiciones, anécdotas, sinfonías, géneros, voces, mercancías, tecnologías, artefactos, desplazamientos, sonidos. Los textos fueron escritos en diferentes momentos y por diferentes razones, luego canibalizados hasta alcanzar su forma actual. Son textos que se conocen entre sí. Viven en el mismo edificio. Algunos llegaron hace poco, otros están instalados desde hace tiempo, a veces se cruzan en los pasillos o en el ascensor, y saben bastante unos de otros. Así, aparecen reposiciones, motivos repetidos, algunas premisas en común: ampliar el contexto de escucha, enriquecerlo, y enriquecerte, entretener, que debería ir anotado adelante de todo, aprender a escuchar la manera en que otras personas escuchan, no permitir que la música, a pesar de todo el pensamiento crítico que le eches encima, pierda la capacidad de sorprenderte. Al reflexionar sobre su práctica de coser banderas vudú, en 2020, la antropóloga Elizabeth Chin destacó el poder terapéutico de hacer, en general, que bien podría incluir la costura de textos sobre música: “Es un ejercicio de coser a través de la locura, defenderse del temor existencial de enfrentar las implicaciones de todo aquello de lo que nuestra especie de mierda es responsable y continuar trabajando para crear belleza a pesar de todo”.
Deja la vara demasiado alta. Pero nunca se sabe. Nuestra especie de mierda es responsable de muchas cosas. Y una de esas cosas es la música. Todo puede suceder. Y esto, que acaso sea una mentira piadosa o acaso no lo sea, es más que suficiente para echarse a andar. Así que andemos.
Fuente: Pasajes sonoros: Escritos sobre música, volumen I, AZ Editora, 2024.