por Sarah Díaz-Segan
Todo empieza, como siempre, con una puerta. Una puerta que no se abre hacia el Edén, sino hacia otra alucinación de miles de millones de dólares. Jurassic World Rebirth, la entrega más reciente del complejo industrial de los dinosaurios, es menos una película que un ritual. No es una historia, sino un retorno. Los dinosaurios están de vuelta. La franquicia está de vuelta. El público está de vuelta. Y también la idea, encantadora por su terquedad, de que la resurrección cinematográfica de reptiles extintos todavía tiene algo que enseñarnos: sobre la ciencia, sobre la ambición, sobre nosotros mismos. No lo tiene. Pero lo que sí enseña, a su manera invertida, vale la pena...
por Sarah Díaz-Segan
Todo empieza, como siempre, con una puerta. Una puerta que no se abre hacia el Edén, sino hacia otra alucinación de miles de millones de dólares. Jurassic World Rebirth, la entrega más reciente del complejo industrial de los dinosaurios, es menos una película que un ritual. No es una historia, sino un retorno. Los dinosaurios están de vuelta. La franquicia está de vuelta. El público está de vuelta. Y también la idea, encantadora por su terquedad, de que la resurrección cinematográfica de reptiles extintos todavía tiene algo que enseñarnos: sobre la ciencia, sobre la ambición, sobre nosotros mismos. No lo tiene. Pero lo que sí enseña, a su manera invertida, vale la pena...