“Hay una especie de maldad ahí fuera”, dice el sheriff Truman en un episodio de la icónica serie de televisión de David Lynch, Twin Peaks. Esa frase llega al corazón de la obra del cineasta, cuya familia anunció su muerte el 16 de enero de 2025. Las películas y series de televisión de Lynch reflejaban el lado oscuro, siniestro y a menudo extraño de la cultura estadounidense, una cultura que cada vez sale más de las sombras en la actualidad.
Como alguien que enseña cine negro y de terror, a menudo pienso en las formas en que el cine estadounidense muestra un espejo a la sociedad. Lynch era un maestro en esto.
Muchas de las películas de Lynch, como Blue Velvet de 1986 y Lost Highway de 1997, pueden ser despiadadas y gráficas, con imágenes que los críticos describieron como “perturbadoras” y “todo un caos” en su estreno.
Pero más allá de esos efectos desconcertantes, Lynch estaba en lo cierto. Sus imágenes de corrupción, violencia y masculinidad tóxica suenan demasiado familiares en los Estados Unidos de hoy.
Tomemos como ejemplo Blue Velvet. La película se centra en un estudiante universitario ingenuo, Jeffrey Beaumont, cuya idílica vida suburbana enmarcada por cercas blancas se pone patas arriba cuando encuentra una oreja humana al borde de una carretera. Este macabro descubrimiento lo lleva a la órbita de un sociópata violento, Frank Booth, y una atractiva cantante de salón llamada Dorothy Vallens, a quien Booth atormenta sádicamente mientras retiene como rehenes a su hijo y a su marido (cuya oreja, resulta ser, era la que había encontrado Beaumont).
No obstante, Beaumont se siente perversamente atraído por Vallens y desciende más profundamente en el mundo sombrío que acecha debajo de su ciudad natal: un mundo de bares llenos de humo y antros de drogadictos frecuentados por Booth y una variedad de personajes extraños, incluidos proxenetas, adictos y un detective corrupto.
La inquietante frase de Booth, “Ahora está oscuro”, sirve como un potente estribillo.
La corrupción, la perversión y la violencia que se muestran en Blue Velvet son realmente extremas, pero los actos que perpetra Booth también recuerdan las historias de abuso sexual que han surgido de organizaciones como la Iglesia Católica y los Boy Scouts.
A medida que se van acumulando las revelaciones sobre estos crímenes, dejan de ser una aberración y se convierten en una terrible advertencia de algo que está profundamente arraigado en nuestra cultura.
Estos males son sensacionalistas y espantosos, y existe un impulso a percibirlos como algo que existe fuera de nuestras realidades, perpetrado por personas que no son como nosotros. Lo que Twin Peaks, la exitosa serie de televisión de Lynch, y Blue Velvet hacen de manera tan eficaz es decirles a los espectadores que esos mundos ocultos donde residen la venalidad y la crueldad se pueden encontrar a la vuelta de la esquina, en lugares que podríamos ver pero que tendemos a ignorar.
Y luego están los mundos extraños y espeluznantes representados en Lost Highway y Mulholland Drive. Los personajes de esas películas desgarradoras parecen vivir en realidades paralelas gobernadas por el bien y el mal.
Lost Highway comienza con un músico de jazz, Fred Madison, que es condenado por matar a su esposa. Sin embargo, afirma no recordar el crimen. Al explorar el tema de los mundos alternativos, Lynch empuja a Madison a un reino ilusorio habitado por asesinos, traficantes de drogas y pornógrafos al fusionar su identidad con la de un joven mecánico llamado Pete Dayton. Al hacerlo, Lynch combina los mundos de la “normalidad” y la perversidad en uno solo.
En la década de 1990, artistas como Trent Reznor de Nine Inch Nails, cuya música está incluida en la banda sonora oficial de Lost Highway, también confrontaron al público con imágenes de decadencia social que se inspiraron en sus propias experiencias perturbadoras en Hollywood y la industria musical.
Desde entonces, estos temas oscuros han sido personificados en hombres ricos y poderosos como Sean “Diddy” Combs, Bill Cosby y Jeffrey Epstein, quienes, durante años, se deslizaron por la superficie de la alta sociedad con sus perversiones ocultas al público.
En su película de 2001, Mulholland Drive, Lynch dirige su atención a Hollywood y la miseria que parece estar arraigada en su naturaleza misma.
Una aspirante a actriz inocente y de ojos muy abiertos llamada Betty Elms llega a Los Ángeles con visiones de estrellato. Su lucha por alcanzar el éxito –que termina en depresión y muerte– es ciertamente trágica, pero tampoco es muy sorprendente, dado que estaba tratando de triunfar en un sistema corrupto que con demasiada frecuencia otorga sus recompensas a los que no lo merecen o a aquellos que están dispuestos a comprometer su moral.
Como sucede con tantos que van a Hollywood con grandes sueños solo para descubrir que la fama está fuera de su alcance, Elms no está preparada para una industria tan consumida por la explotación y la corrupción. Su destino imita el de las mujeres que, desesperadas por el estrellato, terminaron cayendo en la trampa tendida por Harvey Weinstein.
La muerte de Lynch llega en un momento en que Estados Unidos parece estar precipitándose hacia un futuro cada vez más oscuro. Tal vez sea una predicción de los políticos que hacen oídos sordos a los actos de agresión sexual, toleran la difamación de las víctimas o incluso se jactan de que pueden salirse con la suya al asesinar.
La obra vital de Lynch advierte que la crueldad de esas personas no es realmente lo que más deberíamos temer. Son, en cambio, aquellos que se ríen, aplauden o simplemente se dan la vuelta: respuestas débiles que permiten y potencian tales comportamientos, dándoles un lugar aceptable en el mundo.
Cuando las películas de Lynch se estrenaron por primera vez, a menudo parecían reflejos surrealistas y ridículos de la sociedad. Hoy hablan de verdades profundas y terribles que no podemos ignorar.
The Conversation. Traducción: Sarah Díaz-Segan.